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viernes, 29 de abril de 2011

LA PRENSA la revolución del periodismo en el Perú

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Libertad

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Libertad

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La Prensa 21/7/1934

LA PRODUCCIÓN

Generación de riqueza

“Hemos dicho que sin riqueza -vale decir-, sin la suficiente producción para satisfacer las propias necesidades y trocar el excedente por lo que no se puede producir en el país, a fin de satisfacer cuanto en forma más o menos apremiante reclama la vida moderna-, no caben leyes sociales capaces de mejorar el estándar general de vida de un país.

Volvemos a repetirlo, sin riqueza no hay conquista de mejoramiento social susceptible de obtenerse.

El problema de acrecentar la riqueza es, pues, fundamental, pero, desde luego, diferente, según sea el país que considere”.

La Prensa 21/7/1934

La Prensa 26/7/1954

Política económica

El bienestar del hombre peruano, del hombre común de este país, debe ser objetivo fundamental y la única razón de la acción del Estado. Toda política y, especialmente, si se trata de la política económica, debe estar encaminada a conseguir mejores condiciones de vida; en primer lugar, para quienes forman la mayoría del país: los obreros, los empleados, los campesinos, los que trabajan en pequeña escala por su cuenta, los grupos indígenas que todavía viven como si estuvieran al margen del país. Satisfacer las necesidades y los anhelos de estas mayorías de consumidores es, pues, emprender la única política económica acertada. Es darles oportunidades de trabajo cada vez más amplias y mejor remuneradas. Es darles abundancia de artículos de consumo que puedan adquirir a precios que no encarezcan. Es darles un costo de vida estable, para que cada centavo más que ganen, sirva no para tratar de cubrir el encarecimiento de los artículos que siempre han consumido, sino para satisfacer nuevas necesidades, disfrutar de comodidades mayores, y hacer ahorros que sean garantía para el futuro del consumidor y su familia.

La Prensa 26/7/1954

1La Prensa 26/08/1952

Si la estabilidad de la circulación monetaria, indispensable para mantener también estable el nivel de los precios, conduce a una mejora en el valor del cambio de nuestra moneda, o sea a una baja en el valor relativo del dólar, no puede esto constituir un argumento para aumentar el circulante. Porque no puede seguirse, al mismo tiempo, dos caminos que no conducen a la misma meta, y mucho menos cuando estos caminos siguen direcciones opuestas.

La Prensa 26/08/1952

La Prensa 2/2/1958

Crear más riqueza

Paralelamente, sostenemos en este diario, la necesidad de mantener el régimen de la libertad económica y de ampliarlo hasta el máximo compatible con el bien común. Libertad para que vengan capitales de fuera, y se reinviertan los que aquí ya están operando. Libertad para trabajar, para producir, para crear riqueza. Porque si no se estimula el trabajo, si no se aumenta la producción, si no es mayor la cantidad de riqueza, entonces será imposible elevar el nivel de vida de los peruanos. O se trabaja dentro de la libertad, o se trabaja bajo el látigo faraónico. No se ha encontrado otra manera. Nosotros, en economía, escogemos la libertad, tal como también la escogemos en política contra la servidumbre totalitaria.

En la salud económica que garantiza la estabilidad monetaria y en la mayor producción que el régimen de libertad hace posible, habría habido beneficio de haberse aplicado la tesis de La Prensa para peruanos como individuos y también para el Estado mismo. Sin crear un solo impuesto, sin aumentar ninguno de los existentes, el Estado habría sido necesariamente partícipe de la mayor riqueza producida por el país entero.

Libertad económica con estabilidad -vale decir, que la moneda no se desvalorice, y haya estímulo para la mayor producción-, ésa es la fórmula que pedimos, con todas sus premisas y todas sus consecuencias. Con la premisa de un gobierno que no gaste nunca más de lo que tiene; Y con la consecuencia de una población a la que se garantice, para sus esfuerzos, la recompensa del bienestar material. Esa es la imagen del país que concebimos: un país que trabaje, ahorre, invierta su dinero en actividades útiles y reproductivas, y cada día eleve el nivel de vida de sus habitantes.

La Prensa 2/2/1958

La Prensa 17/4/1963

El problema económico

Un individuo, sociedad o empresa que en la actividad económica obtiene utilidades, puede disponer de ese dinero o bien como reinversión para ampliar la producción o elevar el rendimiento, o bien como recurso para mejorar la remuneración del personal que en esa actividad trabaja, o bien, como ganancia del empresario. Lo normal es que se haga por partes, cada una de esas tres operaciones, en proporciones variables según las necesidades, posibilidades y conveniencias de cada negocio en cada ejercicio económico. Pero se trata siempre de distribuir, en una forma u otra, una utilidad que ya se ha producido y no recursos de los que no se dispone.

En forma similar, un aumento en las entradas del gobierno puede ser destinado por éste, o bien a obras de desarrollo del país -irrigaciones, caminos, etc.- gracias a las cuales es posible aumentar la producción y dar oportunidades a la actividad económica; o bien a inversiones de carácter social, como escuelas, hospitales, etc.; o bien a aumentar el número de empleados públicos o elevar sus remuneraciones; o bien a armamentos y otros gastos de seguridad del Estado. Es asimismo normal que el gobierno distribuya su mayor ingreso entre esas distintas finalidades, en proporción variable, según su modo de ver las conveniencias del país y el orden relativo de prioridad. Como en el caso de la actividad privada, este problema debe ser tratado como una distribución de recursos disponibles y no, por cierto, de recursos inexistentes.

Para incurrir en desembolsos por encima de los recursos disponibles, sólo se puede acudir al crédito cuando el servicio del préstamo está asegurado por el rendimiento de la inversión que va a efectuarse con la deuda así contraída. No basta tener buena reputación para inspirar la confianza que hace posible el préstamo. Es indispensable, además, que la inversión a la que el crédito se destina, sea reproductiva en grado suficiente para poder pagar la deuda y los intereses respectivos.

De ahí que sólo para obras de desarrollo, en el caso del Estado, o para inversiones encaminadas a ampliar la producción o a mejorar los rendimientos, en el caso de la actividad económica particular, sea aconsejable recurrir al crédito para poder, temporalmente, gastar más que lo que se produce; aunque, desde luego, con vistas a producir después, gracias a esa misma inversión, lo suficiente para pagar o compensar ese consumo anticipado.

En cambio, si se pensara en aumentar las remuneraciones del personal o las sumas que retira el empresario para sí, por monto mayor que las utilidades que el negocio produce, habría que contar con una varita mágica o con la capacidad de obrar el milagro de la multiplicación de los panes y los peces. Como eso infortunadamente no es posible, tales desembolsos excesivos sólo pueden llevar a la quiebra de la empresa, con la desocupación consiguiente para el personal y para el empresario mismo.

Lo propio ocurre, exactamente, cuando es el Estado el que se empeña en incurrir en gastos que no corresponden a ingresos producidos ni por producir. La diferencia consiste en que el gobierno suele creer que sí tiene una varita mágica, la “maquinita” impresora de billetes. Pero los efectos son contraproducentes, pues la “maquinita” a plazo más o menos breve destruye el mismo bien que se pretendía realizar por su intermedio, al gastar recursos inexistentes.

Los billetes que salen de la “maquinita” no pueden contribuir por sí mismos al bienestar de la población. No son otra cosa que medios de pago que no elevan el nivel de vida porque no corresponden, en este caso, a los bienes efectivamente producidos en que el nivel de vida consiste realmente. El aumento (nominal) del poder de compra representado por los billetes tiene que ocasionar un alza general de precios, ya que igual cantidad de bienes y servicios disponibles (oferta) se enfrentará un número mayor de compradores (demanda).

Tal encarecimiento traerá por tierra todo el milagro aparentemente fabricado por la vara mágica de la “maquinita”.

El resultado final de gastar por encima de los recursos con los que se cuenta, es, por tanto, fundamentalmente el mismo en las finanzas públicas y en las privadas.

Cuando se trata de la actividad del gobierno, el mayor poder de compra artificialmente creado con la “maquinita” es contrarrestado por la elevación general de los precios.

Cuando se trata de la actividad privada, el poder de compra que se distribuye (en remuneraciones o en pagos al empresario) en exceso de las disponibilidades realmente producidas, es contrarrestado por la falta de recursos de todos los que pierden su ocupación al producirse la quiebra de los negocios que así se han excedido. El beneficio recibido al principio por el personal o el empresario es anulado más tarde por el menor consumo al que se verán obligados al perder sus ocupaciones.

En conclusión: no hay manera posible de consumir realmente por encima de lo que realmente se produce.

Aumentar la producción es, por consiguiente, el único camino verdadero para elevar el nivel de vida.

Como el número de peruanos está aumentando a un ritmo acelerado, el nivel de vida -vale decir, el ingreso por persona- bajará a menos que la producción crezca a un ritmo mayor, o siquiera igual para mantener el bajo nivel de hoy.

La falacia de los presuntos “sabios” de algunas de las llamadas “modernas escuelas económicas”, consiste en exponer teorías según las cuales habría modos de elevar súbitamente el nivel de vida de la población por caminos más cortos que el necesario para conseguir que la producción aumente.

La Prensa 17/4/1963

La Prensa 13/4/1963

Sólo se puede consumir lo que sé produce

La moraleja de la situación que se ha presentado en la balanza comercial es simple: sólo se puede consumir en la medida en que se produce. Hay déficit en la balanza comercial porque la expansión de los medios de pago más allá de la proporción del crecimiento económico del país alimenta artificialmente el poder de compra. En consecuencia, se compran más dólares para efectuar importaciones que los que ingresan a nuestro mercado como resultado de las exportaciones peruanas, con lo cual se socavan las reservas laboriosamente acumuladas en el Banco Central y se amenaza la estabilidad del tipo de cambio.

El afán, la impaciencia o, mejor dicho, la ilusión -porque a eso se reduce, en fin de cuentas- de consumir más de lo que se produce tiene diversas manifestaciones, todas las cuales llevan a la inflación y a la crisis, de la cual sólo se podrá salir después mediante penosísimos reajustes. Por no tener moderación ahora -y, más que moderación, realismo para saber que sólo se puede gastar lo que se tiene- un país se condena, no ya a ajustarse el cinturón, sino a pasar mañana privaciones sin cuento para pagar los excesos de hoy.

Otros casos tan típicos como el del déficit de la balanza comercial que resulta del exceso de créditos bancarios, son la exageración de los gastos estatales y la exageración de las alzas salariales que llevan a la inflación fiscal y a la inflación de costos, respectivamente.

En todos esos casos se pretende gastar más rápidamente que lo que se produce, y en todos ellos se va a la crisis con resultados exactamente opuestos a los que se pretendían. Vale decir que todas las inflaciones son contraproducentes desde el mismo punto de vista de quienes las promueven por creer que es posible realizar el milagro de vivir de algo que no existe.

Así, la inflación crediticia comienza como ocurre ahora, por elevar las importaciones más allá del nivel de equilibrio que permiten las exportaciones -o, mejor dicho, por hacer salir más moneda extranjera que la que ingresa al país-, pero como en ese proceso se agotan las reservas del Banco Central, la moneda nacional se queda sin respaldo y se deprecia. El tipo de cambio sube, con lo cual se encarecen las importaciones, inclusive las más necesarias, que se ven drásticamente restringidas.

Algo semejante ocurre cuando el Estado quiere elevar sus gastos más rápidamente que lo que permite el crecimiento de la economía del país, de la cual vive, ya que virtualmente el Estado no produce. Pues bien: si para gastar más aumenta los impuestos, el Estado impide que crezca la economía que le da sustento y la hace inclusive decrecer. En ese caso, más altos impuestos producen menos ingresos para el Estado. Este puede “financiar” el exceso de gastos con emisiones de billetes, como si pudiera inventar recursos de la nada. Veamos qué ocurre en el caso típico de la inflación fiscal.

Ocurre simplemente que se ha inventado una mentira que se destruye a sí misma y que, de paso, destruye todo el sistema de la economía nacional. Los billetes que no corresponden a nueva producción de bienes y servicios, sino que simplemente, son papel para pagar los gastos del Estado, crean medios de pago cada vez más numerosos... y cada vez más chicos en su poder de compra. Todo encarece: los salarios, los costos y los precios; y encarece en espiral, en círculo vicioso. La economía se desorganiza porque no se puede calcular cuánto van a costar realmente los materiales, la mano de obra, los bienes acabados. Y el propio Estado, cuando cobra los impuestos, los cobra en el papel moneda que él mismo ha desvalorizado y que ya no alcanza tampoco para cubrir sus gastos.

La impaciencia por mejorar la remuneración del trabajo más allá del aumento de la productividad tiene el mismo resultado contraproducente. Si el aumento de costos que significa el alza salarial no es compensado por la economía de costos proveniente de la mayor productividad, hay un aumento neto de costos que sólo lleva o al encarecimiento general que destruye el efecto de la mayor remuneración, o a la desocupación parcial o total en los centros de trabajo afectados. Con lo cual, los trabajadores beneficiados lo son a costa, directamente, de sus compañeros de labores, y a la larga, de ellos mismos e indirectamente de toda la economía nacional, cuya producción total decrece, haciendo bajar así también el nivel de vida por cabeza.

La Prensa 13/4/1963

La Prensa 15/4/1963

La contraproducente inflación de costos

También dentro de las empresas privadas puede ocurrir que se presente el fenómeno de un consumo o gasto mayor que el producto o rendimiento bruto. A veces, esto se debe a ineficiencia de la empresa, porque estuvo mal planeada, porque los métodos de producción son deficientes, porque los costos de administración son antieconómicos, porque en una u otra forma, se derrocha el dinero. Otras veces, las más, sucede que los costos de producción son recargados, más allá del límite que puede soportar la empresa, por alzas exageradas de salarios, impuestas por exigencia sindical o por decreto del gobierno.

Cualquiera que sea el caso, en la empresa en cuestión, pasa lo que tiene que suceder cuando se gasta más de lo que se produce: se va a la pérdida, a la crisis y a la quiebra. Pero, en la empresa particular, tal dispendio (que en este caso recibe el nombre de inflación de costos) lleva al inevitable resultado de la crisis más rápidamente todavía que la inflación fiscal o que la inflación de créditos. No hay cómo disimular ni demorar los efectos de costos mayores que las entradas de un negocio. Y, en todo Caso, ningún empresario tiene interés en trabajar a pérdida.

Cuando la culpa es del empresario, éste puede corregir las deficiencias y sacar adelante el negocio. El problema es más difícil cuando la inflación de costos obedece a causas ajenas al empresario; es decir, a exigencias sindicales o del gobierno.

Los impuestos exagerados que el gobierno impone, ya sea encareciendo los costos o llevándose las ganancias, tienen el mismo efecto de una inflación de costos, porque reducen y hasta hacen desaparecer el margen necesario entre los gastos y los ingresos de un negocio, margen sin el cual ninguna empresa puede sobrevivir. En otra ocasión, ya se ha explicado cómo una tributación exagerada resulta contraproducente para el gobierno que la impone. Ahora se puede apreciar que es fatal, desde luego, para las empresas mismas y también para su personal.

Esto último ocurre también cuando los costos son inflados por alzas salariales exageradas. En este caso, los trabajadores que hacen presión para llevar los salarios hasta niveles excesivos -es decir, excesivos para la capacidad de la empresa en que prestan sus servicios- resultan ser las víctimas de su actitud contraproducente. Tampoco es posible, por desgracia, que el trabajador consuma más allá de lo que produce.

Un alza de costos puede ser compensada por economía de costos o por mayores ingresos (alza de precios). Una economía de costos, puede ser el aumento de la productividad, en cuyo caso, no existe el problema. Los trabajadores reciben entonces, con todo derecho, en forma de alza salarial, el mayor rendimiento que ellos (o las máquinas, o ambos) han logrado producir.

Los mayores ingresos por alzas de precios, que apenas se generalizan como tiende a ocurrir inevitablemente, terminan por anular los efectos de las alzas salariales, porque salarios nominalmente mayores, tienen que medirse con un nivel general de precios (costo de vida) correspondientemente mayor.

Hay casos, por otra parte, en que tal aumento de precios, para compensar el alza de costos, no resulta posible. Por ejemplo, en las actividades que producen para la exportación, y cuyos precios están determinados por los mercados mundiales, donde la producción del país tiene una mínima influencia que, para los efectos prácticos, es igual que nada. Ofrecer ahí nuestros productos, a precios superiores a la cotización mundial, equivaldría a no vender, a cerrarnos las puertas del mercado.

El resultado, entonces, es el cierre del negocio, y la desocupación para todos los trabajadores que habían creído beneficiarse con el alza salarial. La misma desocupación total, puede presentarse en negocios que trabajan para el mercado interno, cuando el alza de costos está más allá de cualquier posible compensación en los precios (pues hay artículos que el público simplemente deja de comprar cuando encarecen demasiado). Pero la desocupación puede inclusive preceder a la quiebra. Es la desocupación parcial que se presenta cuando, ante un alza salarial, la empresa decide compensar ese mayor costo prescindiendo de los llamados “trabajadores marginales”, esto es, de aquellos de menor rendimiento relativo. Hay así una economía de costos que contrapesa un alza de costos, pero en forma de desocupación de un grupo de trabajadores para que otros trabajadores ganen más.

La Prensa 15/4/1963

La Prensa 16/4/1963

Costos salariales en la empresa privada

Es un mandato de justicia social que la empresa privada mejore, a la medida de sus posibilidades, las remuneraciones que paga; pero, no es justicia social, sino todo lo contrario, pretender que la empresa pague sueldos y salarios que están más allá de sus posibilidades económicas. Porque no es justicia social, sino todo lo contrario, crear las condiciones que llevan fatalmente a la desocupación de los trabajadores. Y es eso lo que se consigue con alzas salariales exageradas, en relación con la capacidad de las empresas, las que en el mejor de los casos, se ven obligadas a hacer economías despidiendo a una parte del personal (desocupación parcial) y en el peor de los casos, terminan por cerrar y dejar sin trabajo a todos aquellos a quienes empleaba (desocupación total).

En ninguna parte se aprecia con más claridad (ni más rápidamente) que en la empresa privada el pernicioso efecto que en todo orden de cosas (en finanzas del estado, en la política monetaria y crediticia, en el comercio exterior, en el mercado interno) produce la política que persigue el ilusorio fin de consumir más que lo que se produce. El Estado puede confundir y demorar, por un tiempo, las consecuencias del déficit con emisiones de billetes; en otras actividades, el déficit se disimula, por un tiempo también, consumiendo las reservas. Las empresas que hacen frente a una pérdida, porque sus costos superan a los ingresos, tienen que hacer inmediatamente reajustes dolorosos o cerrar.

La verdadera justicia social dentro de las empresas consiste, por consiguiente, en organizar primero los métodos y los equipos de trabajo, de manera que la labor de cada miembro del personal rinda más (que haya más producción por cada obrero o empleado) para poder luego otorgar a cada empleado y obrero una remuneración mayor. Así, se puede consumir más porque cada uno produce más. Así, el alza salarial, deja siempre el margen entre los costos y los ingresos de las empresas que éstas necesitan, no sólo para obtener una ganancia a distribuir entre los propietarios y directores (sin cuyo aliciente no se puede esperar que una empresa siga trabajando), sino también para adquirir los equipos gracias a los cuales será posible seguir incrementando cada vez el rendimiento por hombre y, por eso, seguir aumentando justamente la remuneración de cada uno.

En cambio, si se pretende aumentar los sueldos y salarios por aparentes principios de “justicia social” que no tienen en cuenta para nada la situación real de las empresa, sólo se consigue el absurdo económico de costos superiores a los ingresos (donde no hay creación de riqueza sino destrucción neta de la misma, porque el consumo es mayor que el producto) y, desde luego, se va a la tremenda injusticia social de la desocupación parcial o total de los trabajadores.

Cuando los costos suben, la empresa sólo puede o subir los ingresos o bajar otros costos o cerrar. En el caso que estudiamos, los ingresos no pueden subir por mayor volumen porque no ha aumentado la producción. Sólo podrían subir por mayor precio, lo cual equivale a encarecer el costo de vida, es decir, a destruir el efecto real del alza salarial acordada. Pero hay casos en que no cabe subir el precio, ya sea porque el mercado interno abandona o disminuye la compra de tal o cual producto que encarece, ya sea porque los precios están fijados en el mercado internacional, donde pedir más equivale a no vender. En tal supuesto, sólo queda el camino de bajar los costos, cuando tal cosa es posible. Y entonces se recurre a menudo a despedir a una parte de los trabajadores para poder sostener a los demás.

La empresa que, con los costos recargados excesivamente por un alza salarial, no consigue ni bajar otros costos ni subir sus ingresos en la medida necesaria para compensar tal alza, va fatalmente al cierre. Todos los trabajadores quedan entonces sin ocupación, sin salario y sin medios de vida. ¿Puede la política que lleva a ese resultado recibir, el nombre de “justicia social”? Evidentemente, no. Y de paso, uno de los más directamente perjudicados es el Estado que contribuye a esa política, porque pierde los impuestos a las ventas, a las utilidades, a los dividendos, a las remuneraciones, a la renta total, al consumo y a todo lo que se deja de hacer, es decir, desaparece de la economía, por el absurdo de consumir más de lo que se produce.

La Prensa 16/4/1963

La Prensa 30/4/1953

EL MERCADO

Libertad vs. Controles

Cuando las leyes del mercado rigen independientemente, sin injerencia de factores ajenos como la intervención estatal, se crean las condiciones propicias para que puedan ofrecerse servicios eficaces y baratos. Cuando, en cambio, las leyes de la libre competencia son constreñidas por el Estado, desaparecen los estímulos para mejorar aquellos servicios o para abaratarlos, ya que lo que más impulsa a esto último es precisamente la necesidad de servir bien y a menos precio para triunfar en la concurrencia con empresas rivales.

La Prensa 30/4/1953

La Prensa 27/4/1952

Dentro de una economía de la libre empresa sólo un razonable margen de alicientes puede inducir y estimular al productor. De ahí las ventajas de una economía libre, donde la oferta del productor se pone en contacto con la demanda del mercado, satisfaciéndola y obteniendo al mismo tiempo las utilidades que le han de permitir impulsar su negocio. Porque sólo el aumento de la producción, vale decir de la riqueza creada, es el camino para mejorar el nivel de vida de un pueblo, al haber mayores bienes que distribuir. De otro lado, los controles operan negativamente, ya que retraen al productor, cuya oferta se hace mínima, no habiendo entonces bienes para satisfacer la demanda del consumo o habiéndolos sólo a un precio de lo que se llama “mercado negro”. Así, los controles ahogan tanto al productor como al consumidor, vale decir, a la economía toda.

La Prensa 27/4/1952

La Prensa 17/7/1951

Cuando aún no se había definido en el país una política económica constructiva y realista, se pretendió que el Estado podría resolver el problema de las subsistencias mediante medidas intervencionistas; tales como los controles, los precios tope y los subsidios que, en la mayoría de los casos -por inverosímil que parezca-, fueron otorgados en favor de los productores extranjeros y en perjuicio de los nacionales.

El resultado lógico fue el desaliento de los productores ante la falta de aliciente económico y aun la frecuente perspectiva contraria de pérdidas. La restricción de la actividad productiva se tradujo directamente en la escasez en los mercados y ésta -pese a los controles oficiales de los precios- desarrolló naturalmente alzas continuas en las operaciones del mercado negro. Se acentuaba el círculo vicioso de control, escasez, alza e inflación. Las importaciones de aquellos artículos que, con una política mejor encaminada, hubieran podido producirse en el país, fueron en aumento, así como también crecieron los desembolsos hechos por el Estado para cubrir la diferencia entre el costo del producto importado y el precio artificial para el consumo. Todo el mecanismo funcionaba en contra del desarrollo de la producción misma del país.

La Prensa 17/7/1951

La Prensa 30/11/1955

Los partidarios de los controles económicos no atinan a exhibir otro argumento en defensa de su tesis que la necesidad de impedir que suban los precios. Claro está que, paró ello, no se les ocurre hacer lo único aconsejable: detener la inflación, que es casi siempre la verdadera causa del encarecimiento. Como esos malos médicos que consagran todos sus esfuerzos a combatir o mejor dicho, a disimularlos síntomas, dejando sin tocar los gérmenes que originan el mal, los controlistas revelan una asombrosa indiferencia, cuando no una oculta simpatía, por los fenómenos inflacionistas, al paso que se proclaman enemigos a ultranza del alza de precios, que es la consecuencia lógica de la inflación.

En economía como en medicina esta superficial actitud está de antemano condenada al fracaso. Mientras haya una presión inflacionista del circulante, la vida encarecerá de todos modos, y los precios rebalsarán cualesquiera topes que se les pretenda poner, así como, mientras haya gérmenes en el organismo, éste seguirá debilitándose, a pesar de los calmantes que se limiten a aliviar los síntomas. De ahí que la pretensión fundamental del régimen de controles sea una falsedad y equivalga a un engaño. Los controles jamás impiden que suban los precios: pueden demorar su alza, pero cuando ésta, inevitablemente, se produzca, lo ha de hacer de un salto, violentamente, causando a los presuntos protegidos por el control más daño que el que les hubiera ocasionado un encarecimiento paulatino.

La Prensa 30/11/1955

La Prensa 01/01/1958

Los ungüentos y frotaciones de uso externo no sirven para curar una infección de origen orgánico.

Lo propio hay que decir de cualquier control artificial sobre la economía. La experiencia en el Perú, reciente por lo demás, ha sido terminante. El proceso inflacionista agudo, que se inició durante la Segunda Guerra Mundial, condujo al encarecimiento general de los precios y, naturalmente, también a la escasez y alza de cotizaciones de la moneda extranjera. Entonces, se pretendió atacar el mal en sólo sus manifestaciones exteriores, dejando intacto el germen original de la inflación. Se implantaron así controles y precios tope. Pero con ellos únicamente se desalentó a la producción y al comercio honesto; se suscitó la escasez en los mercados oficiales -donde había que hacer largas colas sin muchas esperanzas- y se hizo proliferar, en beneficio de los influyentes y los pícaros, el negociado ilícito y el mercado negro.

Ante esa lección todavía fresca, sería inimaginable que se volviera a intentar tan funesta política, la cual, al margen de sus intenciones reales o declaradas, lejos de beneficiar a la masa consumidora o al progreso de la economía nacional en su conjunto, les infiere el más grave perjuicio y compromete su porvenir. Los controles no sólo no resalten al país de los males de la inflación, la escasez y el encarecimiento, sino que, a cargo de agudizarlos, hacen de ellos un negocio para único provecho de los que, por influencia política o por soborno, se apoderan del mecanismo artificial al que la economía se somete.

La Prensa 01/01/1958

La Prensa 24/10/1953

Monopolios

Entre los enemigos de la libertad económica hay que contar, junto al Estado interventor y absorbente, a los monopolios y carteles constituidos por grupos de individuos sin escrúpulos que arbitrariamente oprimen al mercado. La libertad no puede ser usada para llegar al acuerdo de suprimir la competencia. En el instante mismo en que sólo es posible el precio fijado por uno de los elementos -oferta o demanda- del mercado, desaparece automáticamente la libertad del otro factor comprometido -demanda u oferta- para elegir entre distintos precios. De ese modo, el equilibrio económico no sólo queda roto sino que además resulta, de hecho, impracticable.

La Prensa 24/10/1953

La Prensa 07/04/1955

Si por medio de alguna acción estatal se han de rebajar los precios de los artículos alimenticios, no será a través de la imposición de sumas topes, sino por la realización de investigaciones y la dación de las medidas adecuadas para hacer que desaparezcan los monopolios de compra y venta, a fin de que pueda funcionar sin trabas la libertad de comercio.

La Prensa 07/04/1955

La Prensa 28/3/1958

Así como el hecho de trabajar como un intermediario es, en sí mismo, un servicio y no un delito, así también el hecho de obtener una ganancia por ese trabajo o servicio es, en sí mismo, lícito y natural, y no delictivo. Sin embargo, esa ganancia se vuelve ilícita en el momento en que se logra, no por el juego del mercado, sino al contrario, por su entorpecimiento, cuando el intermediario se vale de cualquier medio para impedir la competencia de otro que pueda pagar más al productor y cobrar menos al consumidor.

La Prensa 28/3/1958

La Prensa 14/06/1958

El verdadero soporte de la libre competencia es la libertad de oportunidades, de modo que, cualquiera que sea el número de empresas, que compitan en tal o cual renglón, tal número pueda siempre ampliarse por el ingreso de competidores nuevos. La limitación en la cantidad de empresas concurrentes, no sólo significa una “libertad congelada” sino que, de hecho, determina la desaparición de esa misma libertad, por cuanto facilita la llamada “repartición de mercados”; vale decir, la conclusión y la formación de carteles o “trusts” entre los supuestos competidores que se asocian así en un verdadero monopolio.

La Prensa 14/06/1958

La Prensa 15/03/1958

La mayor eficiencia es el objetivo que se persigue alcanzar mediante la competencia libre y leal. La eficiencia se consigue tanto por el mejoramiento en la calidad como por el abaratamiento en el precio, que son los dos modos lícitos de atraer consumidores. Y son lícitos, mientras se obtengan sin subsidios ni privilegios estatales, sin política artificial de precios o dumping, sin empleo de medios deshonestos o poco éticos para desacreditar al competidor, y sin arreglos entre las partes para restringir o anular la competencia (precios, convenios, delimitación de mercados, etc.).

La Prensa 15/03/1958

La Prensa 15/02/1960

EL COMERCIO

La libertad de comercio

Las enérgicas medidas que había venido dictando el Ministro de Gobierno y Policía, doctor Carlos Carrillo Smith, contra los monopolios, “mafias” y argollas que impiden el funcionamiento de la libertad de comercio han sido afirmadas por un Decreto Supremo que dispone la persecución de todo acto, convenio, pacto, acuerdo o alianza entre productores y comerciantes para elevar los precios.

La libertad de comercio es la única garantía efectiva de que el consumidor ha de lograr el producto que necesita obteniendo la más alta calidad al más bajo precio. Pero la libertad de comercio no solamente desaparece cuando el Gobierno comete el error de imponer “controles económicos” y hace que los precios sean fijados por un grupo de funcionarios que pueden hacer así ilícitos negocios. La libertad de comercio desaparece también cuando los precios son fijados por comerciantes y productores inescrupulosos que se coluden entre ellos para no bajar más allá de determinado precio un artículo. Si es repudiable el “control” del Estado, lo es más aún el control que ejercen las “mafias” y los monopolios.

En el caso de la carne, las mafias de carniceros, comisionistas y matanceros -apoyados por quienes defienden la trasnochada tesis de los “controles”- lograron impedir que funcionara la libertad de comercio. Los exorbitantes precios que se han venido pagando eran fijados por la “mafia” y quien vendiera a menos de ese precio quedaba automáticamente sujeto a represalias. No podía, -obviamente, lograrse que el consumidor y el comerciante honesto se pusieran de acuerdo en el precio justo; es decir, el mínimo precio que puede aceptar el comerciante y el máximo que conviene pagar al consumidor.

Contra lo que parecen creer quienes ignoran los principios elementales de economía, la libertad de comercio no consiste en “dejar hacer”. Dejando hacer surgen inmediatamente por doquier los monopolios y las argollas que tratan de fijar los precios a su antojo e imponerse al consumidor. La libertad de comercio exige una vigilancia continua. Los precios deben ser fijados por la oferta y la demanda que es la mejor garantía para el consumidor. Pero, para que la oferta y la demanda, funcionen debidamente, no basta con suprimir los “controles”. Hay que castigar con energía, con todo el peso de la ley a los productores y comerciantes inescrupulosos que “por convenio, pacto, acuerdo o alianza, escrito o tácito, realizado en cualquier forma o modo” pretendan fijar los precios. Los precios deben surgir del acuerdo libre entre el que compra y el que vende.

La Prensa 15/02/1960

La Prensa 08/04/1963

Balanza desfavorable: alerta al Perú

Como se observa en el cuadro que reproducimos en la siguiente página, no sólo ha descendido hasta desaparecer el saldo favorable para el Perú en la balanza comercial, sino que en enero último, por segundo mes consecutivo, ese saldo computado por períodos completos de doce meses- resultó negativo para nuestro país. En otras palabras, desde el último día de enero de 1962 hasta el último día de enero de 1963, el Perú gastó en importar 9 millones de dólares más que lo que recibió por exportar. Ese saldo contrario había sido de dos millones de dólares entre diciembre de 1961 y diciembre de 1962.

Tales datos tienen gran importancia y deben servir de oportuna llamada de alerta, mientras todavía es tiempo, sobre los peligros de las actuales tendencias monetarias. El sistema empleado para tal cálculo, llamado “escala móvil”, impide que se pueda atribuir el deterioro de la balanza comercial a factores estacionales, ya que cada mes se computa el movimiento total de los doce meses inmediatamente anteriores, lo que compensa en cada caso las estaciones favorables con las desfavorables. Por otra parte, la virtual estabilidad -con fluctuaciones menores-de los ingresos de dólares por concepto de exportaciones descarta, igualmente, que el déficit de la balanza comercial pueda ser atribuido a la situación de nuestros productos en los mercados mundiales.

Evidentemente, el factor inmediato es el rápido y constante aumento de las importaciones. Ahora bien, ¿a qué se debe tal aumento desproporcionado? No hay actualmente, como en otras épocas, fuertes inversiones extranjeras en especie; esto es, bienes o equipos importados que no paga el país sino el inversionista. Por lo mismo, cabe suponer que hoy la balanza comercial refleja bastante aproximadamente las tendencias de la balanza de pagos, y que prácticamente todas las importaciones son pagadas desde el Perú con moneda extranjera que ha sido adquirida aquí con medios de pago nacionales. O sea que, en realidad, hay una exagerada expansión de los medios de pago que explica el exagerado aumento de las importaciones.

En efecto, últimamente no sólo ha crecido mucho el circulante, por emisiones de billetes, sino que también hay un notable incremento de las colocaciones (préstamos) de los bancos. Todo ello se traduce en una cantidad excesiva de medios de pago que se aprovechan de la existencia de reservas y de la estabilidad del cambio y al mismo tiempo conspiran contra una y otra de esas defensas de nuestra economía; en efecto, si siguen aumentando las compras de dólares para importar más allá de lo que se exporta, disminuirán las reservas y se acentuará la ya notoria tendencia negativa de la balanza comercial y de la balanza de pagos, hasta el momento en que sea imposible sostener el tipo de cambio, como ha ocurrido recientemente en Chile por un fenómeno muy parecido. La solución para evitar tal peligro tiene que consistir en austeridad fiscal y mayor disciplina monetaria en los bancos.

La Prensa 08/04/1963

Libertad

Libertad
Mario Vargas Llosa

Libertad

Libertad
Mario Vargas Llosa

Libertad

Libertad
Mario Vargas Llosa

1928

LA MONEDA

Valor dé la moneda y estabilidad: 1928

Algo más afecta muy de cerca a la industria agrícola y es el tipo de cambio de nuestra, moneda con el exterior. Después de experimentar muchas fluctuaciones, el tipo ha permanecido estable en los últimos meses gracias a la sabia política seguida por el Banco de Reserva, inspirado, sin duda, por el Gobierno. Es de desear que la estabilidad sea mantenida a toda costa y es, por esto, sensible, que a la estabilidad de hecho no haya seguido la estabilidad legal.

El mundo financiero cuenta hoy con una experiencia tan vasta en esta materia, que sería imperdonable una acción precipitada y que no fuese el fruto de un estudio profundo en el que tomasen parte representantes de todos los intereses afectados. El asunto del cambio no interesa tan sólo a los Bancos, sino a toda la población. Desde el obrero que gana su salario hasta el capitalista que explota grandes negociaciones y, desde el pequeño propietario, que vive de la inversión de sus economías hasta los que exportan sus productos al extranjero, todos dependen para su bienestar, en alguna forma, del cambio.

El verdadero valor de una moneda estriba en su poder adquisitivo, y como hoy día los principales sistemas monetarios establecen por ley una cantidad de oro equivalente a la unidad de moneda, puede decirse que el nivel mundial de precios está ahora basado en el oro. Mientras el cambio peruano se mantenga a un precio fijo con el dólar, nuestra moneda estará por lo tanto vinculada al oro; es decir, de acuerdo con el nivel mundial de precios.

Si se altera el tipo de cambio en el Perú se destruye esa armonía. El comercio con el exterior hace que los precios del mercado interno estén en relación con los precios mundiales. Si se altera el tipo de cambio, se rompe ese equilibrio y fatalmente tienen que ocurrir trastornos. Si el valor de la moneda peruana sube, es decir, si la libra se cotiza a US$ 4.50, por ejemplo, en vez, de US$ 4.00 como sucede hoy, entonces todo el nivel de precios internos en el Perú estará a un 12 1/2% más alto que el nivel mundial. En este caso, los exportadores deberían pagar 12 1/2% más en oro por los productos sin poder venderlos en el extranjero a un precio mayor que antes. Como esto significaría una pérdida, habrían de renunciar a ello; y los productores, para inducirlos a comprar, se verían obligados a vender sus productos con un descuento igual al mayor valor de la moneda peruana. Es decir, que si el algodón se vendía antes a cuarenta soles el quintal, debería venderse después a 12 1/2% menos, o sea a treinta y cinco soles. Esta baja en los precios llevaría a los productores a la ruina si no redujeran ellos también su costo de producción, lo que significaría que comprarían menos a los comerciantes y pagarían menos a sus empleados y obreros, con gran trastorno de los presupuestos particulares de tantos hogares necesitados. Este trastorno es tanto más grave y cruel, cuanto que todos los precios no bajarían inmediatamente en la proporción de la rebaja efectuada en sus haberes. Los alquileres de las casas, los pagos por suministro de agua y electricidad y las tantas partidas casi fijas que figuran en los presupuestos familiares continuarían los mismos, al menos por mucho tiempo, según la experiencia nos lo tiene demostrado.

Fatalmente, a la larga y como resultado de muchos sacrificios y muchas luchas, el nivel interno de los precios bajaría, no sin dejar tras sí estos cambios mucha bancarrota de negocios grandes y pequeños de productores y comerciantes honrados.

Llegado todo a un nivel uniformemente más bajo, la gente que trabaja se encontraría, de un lado, con menores entradas; y de otro, con la compensación de precios más baratos, o sea, menores salidas. La libra peruana equivaldría sin embargo a una mayor cantidad de oro; es decir, a la cantidad de oro que representa US$ 4.50 en vez de US$ 4.00 ¿Quiénes serían pues los únicos beneficiados por este cambio? Las personas adineradas que prestaron libras peruanas, cada una de la cuales equivalía al oro que representa US$ 4.00 y que ahora recibirían libras peruanas equivalentes a US$4.50 cada una.

Entre nosotros, como ya la libra peruana ha mejorado tanto sobre los tipos bajos de US$ 3.60 y 3.70 a que por tanto tiempo se mantuvo, hoy día, el tipo de US$ 4.00 aún beneficia a los acreedores. No es ya el caso de aducir, como se habría podido hacer hace algunos años, que la mayoría de las deudas pendientes se habían hecho cuando la libra estaba a la par. Hoy se puede asegurar, sin temor a equivocarse, que el promedio de los tipos de cambio que regían cuando se efectuó cada una de las obligaciones aún pendientes, fue inferior al actual. Aceptado esto resulta que, tomando el conjunto de las deudas hoy existentes, la cancelación de ellas con el tipo actual de cambio resultaría en beneficio del acreedor y no del deudor.

Consecuencia pues de todo esto, es la evidencia del peligro que toda alteración en el tipo de cambio ha de traer consigo y de las muchas injusticias que una medida semejante acarrearía. El interés de la agricultura nacional es el mismo que el de la gran mayoría de las clases productoras del país y es opuesto a toda idea de modificación del tipo actual de cambio, consciente de que semejantes medidas significarían grandes pérdidas por el menor valor que obtendrían sus productos, lo que traería como consecuencia déficits que sólo habrían de salvarse con reducciones en los salarios y una severa restricción en todos sus gastos, lo que habría de afectar también al comercio.

Son estas las razones que llevan al convencimiento de que se precisa cuanto antes estabilizar definitivamente por ley la libra peruana al tipo de US$ 4.00, permitiendo de nuevo la libre exportación e importación del oro como medio de hacer inamovible ese tipo. El respaldo metálico, que el Banco de Reserva mantiene hoy día y que en sus libros está evaluado a razón de Lp. 1.00 por cada US$4.86 que posee (que es la antigua paridad), al ser avaluado el nuevo tipo representaría un aumento de un veinte por ciento, más o menos, en libras peruanas. En Italia se presentó el mismo problema y fue solucionado por el abono del Banco al Estado, de ese exceso que demostraban los libros al efectuar la nueva valuación. Aquí se podría seguir también ese precedente.

De todos modos, conviene dejar en claro que el Estado sería el mayor beneficiado gran la estabilidad legal y definitiva del cambio peruano al tipo actual, lo que traería mayor confianza en los negocios y permitiría la introducción al Perú de mucho capital extranjero que ha de mantenerse fuera mientras reine la incertidumbre actual. El Gobierno no se beneficiará con un mejoramiento en el valor del cambio en cuanto a sus deudas en moneda peruana, pues tendría que devolver a sus bonistas libras peruanas de mayor valor.

Es también erróneo creer que sería beneficiado en cuanto a su deuda externa. El gobierno no debe al exterior otra cosa que una determinada suma de oro y ella sólo la va a obtener mediante las exportaciones de productos peruanos, que al ser vendidos en el mercado mundial, dejan saldos en oro a favor de las negociaciones peruanas, que ellas, a su vez, transfieren en parte al Estado en la forma de impuesto. Llámese la suma de oro que adeuda el Gobierno peruano ocho o nueve millones de libras, según se escoja uno u otro tipo de cambio, la cantidad de oro es la misma y la situación de nuestro Fisco no sufre modificación alguna. Los productos peruanos no van a obtener mayor o menor precio en oro, en el mercado mundial, porque el valor de la libra peruana se altere, y, si se trata de pagar la deuda externa del Perú exportando oro físico, suponiendo que el Gobierno lo poseyera, la cantidad de oro que tendría que exportar sería la misma cualquiera que fuere el tipo de cambio que se fijara para la libra peruana; es decir, que el volumen sería igual, cualquiera que fuese la unidad de medida que se adoptase.

El Perú debe volver los ojos hacia la experiencia de países como Inglaterra e Italia, que al subir el valor de su moneda, la primera, con el propósito vano de volver a la antigua paridad y la segunda, con móvil igual, que tuvo que abandonar contentándose con el más modesto de sólo mejorar su cambio, originaron crisis formidables en sus industrias. La Gran Bretaña hace algún tiempo que lucha por resolver los trastornos que las medidas poco atinadas del Gobierno, contrariando el sano consejo de sus mejores economistas, han traído como consecuencia y que le dan la triste distinción de tener que mantener hace años más de un millón de obreros desocupados. Va transcurrido mucho más tiempo de lo que se creía para que el nivel de los precios internos se adapte al nivel mundial de precios, y si Inglaterra puede disponer de suficiente fuerza económica para sostener crisis semejantes, sería demasiado arriesgado que nosotros, en la situación difícil por la que atravesamos, nos lanzáramos por igual camino.

Memoria que la Junta Directiva de la Sociedad Nacional Agraria presenta a la Asamblea General Ordinaria

Año 1927-1928

Librería e Imprenta Gil

Lima 1928

pp. 13 a 19

La Prensa 10/11/1955

Política fiscal: Presupuesto

Decir política presupuestal de equilibrio y de mesura equivale a decir política de estabilidad monetaria. Si el Presupuesto no corresponde a la realidad económica del país, a la larga o a la corta se desemboca en el camino de las emisiones inorgánicas de billetes que empobrecen la moneda y encarecen el costo de vida.

Quienes comentan con elogio que, de un tiempo a esta parte, se hayan cuadruplicado o quintuplicado los gastos del Estado, deberían preguntarse, por ejemplo, si también, en el mismo lapso, se ha cuadruplicado o quintuplicado el poder de compra de obreros y empleados. Para alcanzar esos guarismos presupuestales ha sido menester, por cierto, crear nuevos impuestos o aumentar las tasas ya existentes.

Hora es de invertir el sentido de la política fiscal: suprimir impuestos o rebajarlos. Un objetivo saludable e indispensable con el que, por lo visto, no han soñado siquiera los miembros del Parlamento. Acaso nunca se han planteado esta pregunta: ¿qué interesa realmente: que el fisco gaste más o que los peruanos vivan mejor? Pues, evidentemente, si el Fisco sigue multiplicando sus necesidades burocráticas y gastando más, los peruanos no vamos a poder vivir mejor.

La Prensa 10/11/1955

La Prensa 16/10/1954

Porque el Estado no produce sino consume y, a veces, dispendia como sucede con la construcción de oficinas para los ministerios que en nada benefician a la colectividad. Pero el dinero que cuestan, proviene de impuestos que disminuyen la suma que debería quedar disponible para el pago de mejores sueldos y jornales. En otras palabras, si el Estado, en vez de aumentar, redujese la participación que toma en la riqueza nacional, crecería en la misma proporción la posibilidad de un mejor nivel de vida para todos los habitantes. Y si en vez de recurrir a la aplicación de impuestos o a la elevación de los ya existentes, se apela al pernicioso expediente de la emisión de billetes para pagar los gastos fiscales, la inflación que se genera, al encarecer todo, hace que los trabajadores tengan que reducir su consumo, y esa es la manera indirecta -pero no menos efectiva- como el costo de las obras públicas recae sobre la totalidad de la población.

La Prensa 16/10/1954

La Prensa 19/07/1956

Los gastos del Estado nunca deben ser superiores a sus ingresos. Si el particular gasta más de los que gana, se va a la quiebra. Si el Estado gasta más de lo que recibe, acude al expediente de fabricar billetes. No se puede construir un Estado rico sobre un país pobre. Es preciso, primero, que el Estado deje al país la oportunidad de hacerse rico.

La producción nacional es, al fin y al cabo, como la gallina de los huevos de oro. Del cuero salen las correas y de la producción nacional sale el dinero que el Estado requiere para sus planes de desarrollo, las asignaciones para los burócratas, las ganancias para el capitalista, los sueldos para obreros y empleados, y las sumas que se ahorran para destinarlas a la apertura de nuevas fuentes de riqueza. Con la política de impuestos exagerados, directos e indirectos, el Estado encarece el costo de vida. El Estado disminuye el poder de compra de los habitantes en la medida en que directa o indirectamente se lleva una parte del dinero que éstos ganan. Y además, con los altos impuestos, con los impuestos que no están en proporción con las posibilidades del país, se corre el riesgo de matar la gallina de los huevos de oro; de cegar la producción nacional; de causar desaliento a los capitales peruanos y extranjeros que pudieran dedicarse a la explotación de nuestras fuentes de riqueza.

Los impuestos no deben exceder de la capacidad tributaria de la nación. He ahí una regla de la que es menester nunca se aparten los gobiernos. Una política presupuestal de moderación y equilibrio. A este respecto, es muy grave la responsabilidad tanto del Poder Ejecutivo como de las Cámaras. Al primero corresponde proponer presupuestos razonables; y toca a los parlamentarios corregir la tendencia al despilfarro, los egresos inútiles o las inmoderadas previsiones de ingresos.

La Prensa 19/07/1956

La Prensa 22/06/1957

Pero gastar quiere decir únicamente derrochar cuando deja de concurrir cualquiera de estas dos condiciones: que haya razonable previsión de ingresos para cubrir los gastos, y que éstos sean más útiles que costosos -es decir, que proporcionen un bien o servicio que justifique su inversión-.

Diríase que, por desgracia, lo frecuente ha sido que nuestros Presupuestos carecieran de ambas condiciones. Rara vez la utilidad derivada de los gastos públicos ha justificado su costo. De un lado, se ha consentido -y aun más, favorecido abiertamente- la tendencia de la burocracia hacia su crecimiento puramente vegetativo.

De otro lado, los gastos en obras públicas han pecado por vicios semejantes. No ha sólido haber verdaderos planes de tales obras, o se ha llamado así a verdaderos contrasentidos. Un ejemplo es la construcción de locales monumentales o de ornamento. No sólo se construyen en la capital veintitantos pisos para el Ministerio de Educación mientras los escolares siguen hasta sin carpetas, sino que también se levantan en provincias palacetes municipales mientras la población permanece sin servicios sanitarios elementales. Se gastan decenas de millones en supercarreteras que luego se abandonan a la destrucción del tránsito pesado -ahorrando en mantenimiento, lo que luego, multiplicado, habrá que gastar en reconstrucción-, pero se deja a cientos de pueblos sin las modestas vías carrozables que desesperadamente necesitan para integrarse a la economía del país.

La Prensa 22/06/1957

La Prensa 27/06/1957

Está fuera del más elemental raciocinio el que una partida -un impuesto directo o indirecto, o una renta del dominio del Estado- cuyo rendimiento estaba calculado en un determinado monto, pueda rendir súbitamente más, sólo porque un parlamentario o un ministro necesita que rinda más para cubrir los nuevos gastos que acaba de inventar o introducir en el Presupuesto. Quien termina no aceptando semejante capricho suele ser la realidad, pues muchas partidas rinden menos de lo previsto. Comienzan entonces las transferencias de partidas, la incesante búsqueda de los créditos suplementarios y extraordinarios y, como nada de esto alcanza, se termina recurriendo a la célebre maquinita impresora de billetes del Banco de Reserva para “balancear” el Presupuesto y hasta dejar “saldos a favor”.

La Prensa 27/06/1957

La Prensa 0101/1958

Inflación y costo de vida

La capacidad de la tributación para exprimir el bolsillo de la población está, en sí misma, limitada por el estado de ese bolsillo. Pero si el Estado, insiste, a pesar de ello, en gastar más, recurre entonces a la gran exprimidora automática: a la “maquinita”, impresora de billetes, cuyos efectos fatales e indiscriminados permiten arrebatar recursos hasta al más pobre de los consumidores. Porque la inflación encarece los precios para todos. Al retirar del mercado, con billetes recién impresos, una parte de los bienes y servicios que estaban antes a disposición del país, el Gobierno literalmente se los arrebata con un poder de compra inventado de la nada. O, mejor dicho, fabricado a expensas del poder de compra del país, que con los mismos o más billetes que antes, encuentra menos cosas para adquirir en el mercado después de la intervención de la famosa “maquinita”.

La Prensa 01/01/1958

La Prensa 29/01/1958

Cuando el Banco de Reserva emite billetes aumenta la cantidad de soles peruanos que hay en circulación. Esto quiere decir simplemente que habrá más soles peruanos en competencia por cada mercancía que se ofrece en el mercado.

Ahora bien, el que haya más billetes pugnando por comprar cada mercancía, determina que suban los precios, porque ese es el modo en que se equilibra la oferta con la demanda.

La demanda puede ser aumentada con sólo emitir billetes, lo que no cuesta más trabajo que dar vueltas a la “maquinita” e imprimir papeles a los que se adjudica el valor nominal que se quiere, en tanto que la oferta está representada por bienes que tienen valores reales y que cuesta mucho trabajo producir.

Por lo tanto, cuando se emiten billetes por encima del aumento real de la producción, es decir, de la oferta, el equilibrio entre ésta y la demanda sólo se restablece naturalmente por el encarecimiento de los precios. Es por esto que la inflación resulta nefasta, porque encarece sin cesar el costo de la vida.

La Prensa 29/01/1958

La Prensa 14/6/1957

La inflación conduce a un círculo vicioso, de creciente gravedad, y del que cada vez es más difícil escapar. En otros términos, en un mercado donde no existe la estabilidad monetaria, la inflación origina el alza del costo de vida y esta alza, a su vez, termina por alimentar una nueva inflación.

Cuando los precios encarecen como consecuencia fatal de las emisiones de billetes, todos tratan de encontrar una compensación mediante el aumento de los propios ingresos, ya que nadie se resigna a bajar de nivel de vida ni a adquirir menos cosas que antes. Los obreros y empleados plantean así demandas de mayores sueldos y salarios; y los productores y comerciantes elevan aún más los precios de los artículos que ofrecen en venta, tanto para satisfacer los reclamos de sus propios servidores cuanto para poder seguir comprando los bienes que ellos mismos necesitan adquirir de otros vendedores.

Es fácil comprender, entonces, que esta nueva elevación de precios da origen a otra cadena de reclamos y alzas. El proceso se describe como una espiral, porque los ciclos se repiten, pero siempre a un nivel más alto de precios, y con una especie de impulso o aceleración que hace cada vez más difícil ponerle término.

No hay sino una salida para la espiral inflacionista, y es hacer cesar las emisiones de billetes. Es preciso advertir con toda claridad que, conforme el proceso sea más avanzado, será al propio tiempo mucho más urgente y mucho más difícil -y también más doloroso para la masa productora y consumidora- darle fin. Pero pretender eludir tales dificultades, siguiendo dando vueltas a la maquinita impresora de billetes (y por consiguiente, dando vueltas también a la espiral inflacionista) sólo puede conducir a un despeñadero absolutamente ruinoso para economía del país.

La Prensa 14/6/1957

La Prensa 23/8/1953

Si en una u otra forma, directa o indirectamente, se apela al expediente de solicitar pastamos al Banco Central, se crea poder adquisitivo adicional que influye necesariamente en el mercado. No se trata de dinero que corresponde a un incremento de la producción ni a mejores precios obtenidos por los productos nacionales. Se trata de dinero que no tiene fundamento en la realidad económica; de medios de pago que no son otra cosa que moneda fiduciaria, moneda sin respaldo, poder de compra artificial; en suma, que por fuerza eleva los precios y determina la depreciación de la moneda.

Los efectos de la inflación que se dejan sentir de inmediato y que repercuten por largo tiempo dentro del sistema económico que la sufre, son funestos para el interés público. Perjudican de manera especial y dolorosa a las clases poco afortunadas, a los asalariados, al pequeño propietario y rentista, al pensionista del Estado, a todos los que, por una razón u otra, tienen ingresos fijos o que difícilmente se elevan y que se encuentran, de pronto, con que ha descendido el poder adquisitivo de la moneda y con que, para satisfacer sus necesidades más elementales, tienen que afrontar nuevos y mayores gastos.

La Prensa 23/8/1953

La Prensa 12/10/1957

Cuando la Constitución del Perú, en el artículo 14, garantiza que “el Estado mantendrá por los medios que estén a su alcance la estabilidad de la moneda”, no hace, en el fondo, sino extraer una deducción lógica de la otra garantía constitucional que prohíbe la confiscación. Es importante dejar asentada esta circunstancia, pues, mientras no faltan enemigos declarados del principio de la estabilidad monetaria, aunque la Constitución lo consagre, no hay, que se sepa, Sacra de las doctrinas que adhieren al culto totalitario de la violencia, sostenedores abiertos de la confiscación. Sin embargo, basta un primer y somero análisis de b que pretenden decir los inflacionistas cuando propugnan el “ahorro forzado” para descubrir que, con esas palabras, no significan otra cosa que la confiscación del poder de compra o del poder de ahorro de los pobladores en beneficio del poder de gasto o del poder de dispendio del Estado.

Cuando el Estado, por órgano del Banco de Reserva, emite billetes en cantidad y oportunidad tales que desvalorizan la moneda, está privando -parcialmente, al menos- de la propiedad de un bien al que usa esa moneda; es decir, a todos y cada uno de los consumidores. Y lo hace sin pretender siquiera probar -ni legalmente, ni de otra forma alguna- que existe una causa de utilidad pública que justifique ese despojo. Y lo hace también sin indemnización alguna para el consumidor, ni antes ni después del acto confiscatorio.

Un análisis económico permite, además, establecer que la inflación no sólo es confiscatoria por su efecto directo e inmediato sobre el valor de la moneda, sino también porque, en virtud de esa misma desvalorización, altera ciertas bases pecuniarias, supuestamente fijas, que norman la incidencia de los impuestos sobre la economía de la población. Basta con señalar, a título de ejemplos, que el impuesto a la plusvalía es un sarcasmo en época de inflación, pues el mismo Estado, que reduce el valor unitario real de la moneda, se las ingenia para descubrir supuestas ganancias y aplicar exagerados impuestos en los bienes cuyo valor total nominal ha sido simplemente reajustado a la nueva situación; y que las deducciones por mínimo de existencia que los contribuyentes tienen derecho a sustraer de la carga impositiva, se ven reducidas a proporciones exiguas verdaderamente, aunque las cifras sigan siendo en apariencia las mismas, cuando la inflación ha recortado el poder de compra en manos del consumidor.

La Prensa 12/10/1957

La Prensa 19/11/1954

Una moneda estable es lo mismo que un costo de vida también estable en beneficio de la inmensa mayoría de la población. Y asimismo, únicamente la estabilidad del costo de vida puede garantizar que los aumentos de sueldos y salarios se traduzcan en efectivo mejoramiento del nivel de vida. En cambio, dentro de un proceso inflacionista, cuando los precios suben, el aumento de sueldos y salarios apenas alcanza para compensar el alza de aquellos, en el mejor de los casos. Si la moneda se deprecia, los sueldos y salarios van siempre a la zaga de los precios. Los primeros, como se ha dicho, suben por escalera, mientras los precios lo hacen por ascensor.

No puede haber, pues, otro criterio que el del costo de vida para regular el aumento o la disminución del circulante. Mientras el costo de vida aumente, mientras no se estabilice, mientras no acuse una clara tendencia a la baja, el circulante debe disminuir. Solamente una persistente y acentuada baja de precios podría autorizar un prudencial aumento del circulante para evitar la crisis que la baja podría desatar. Habría que sostener los precios, exclusivamente en este caso, a fin de impedir la disminución de la producción y la consiguiente escasez de bienes de consumo que determinaría, de nuevo, el encarecimiento del costo de vida. A falta de otros instrumentos de precisión, las fluctuaciones del costo de vida son en el organismo económico, lo que el pulso en el enfermo y hay que atenerse a sus indicaciones.

La Prensa 19/11/1954

La Prensa 19/11/1954

Control de Cambios

Cuando la inflación encarece el costo de la vida, y se requiere mayor número de unidades monetarias para adquirir cada artículo, esta desvalorización de la moneda tiende a reflejarse en el cambio. La solución correcta es, por cierto, detener la inflación y esperar que el mercado haya absorbido los nuevos billetes ya emitidos, para que así el mercado se normalice, estabilizándose a los nuevos precios. Esto es lo que ocurre cuando, en virtud de un régimen de economía libre, los precios acusan el impacto de la inflación, y los gobernantes y hacendistas admiten honestamente la necesidad de rectificar la política de emitir billetes.

Pero, en una situación inflacionaria, pueden surgir también quienes propugnan ciegamente una política distinta, los partidarios de los controles. Ante el alza de los precios y la desvalorización de la moneda, pretenden corregir el efecto, no la causa. Establecen precios topes, controles, “paridades oficiales” y permiten que la maquinita del Banco Central continúe inundando de billetes el mercado. Lógicamente, los diques del control, son ridículamente insuficientes frente a la natural avalancha de los precios. Estos derivan primero por los canales secundarios pero cada vez mayores de los mercados negros, y terminan finalmente rebalsando la represa del precio tope y echando abajo el dique del control.

Cada vez que las barreras del control han sido derrumbadas por la realidad de los precios, continuamente incrementados por las emisiones de billetes, se ha levantado una nueva barrera un poco más adelante y, sin detener la inflación, se ha permitido que el proceso se repita, agudizándose desde luego. Y así se plantea la paradojal lógica de los controles: a nombre de la estabilidad del cambio o de los precios, se fija una “paridad” o un “tope”; y, a los pocos meses, se fijan otros, que no es raro dupliquen o' tripliquen a los anteriores.

La verdad sobre el control es su inutilidad monstruosa, por no decir su efecto contraproducente. Es la inflación la que desvaloriza la moneda. Sin inflación, la moneda se estabiliza por sí misma, sin necesidad de “cambios fijos”. Con éstos, la inflación, así disimulada, continúa encareciendo todos los precios, haciendo subir el costo de vida y trayendo ruidosamente por tierra el valor de la moneda.

La Prensa 19/06/1955

La Prensa 19/07/1954

Los controles pueden ser mirados desde dos puntos de vista: imaginándose ingenuamente que sirven para detener el encarecimiento y para mantener el valor de la moneda, pese a los efectos inflacionistas de las emisiones de billetes que siempre los acompañan; o examinando que, en la práctica, significan un sistema arbitrario, inmoral y contraproducente. La historia económica de todos los países y en todas las épocas demuestra que el primer punto de vista es ilusorio y falso.

La historia económica demuestra igualmente que es inevitable que el sistema de controles signifique corruptelas, errores y arbitrariedades que agudizan el encarecimiento.

La Prensa 19/07/1954

La Prensa 14/07/1954

Al erigir a un hombre en dictador del comercio exterior del país, se abre paso fatalmente a toda clase de arbitrariedades, a la corrupción administrativa, a la competencia desleal en los negocios, al acaparamiento del mercado por unos pocos influyentes y al encarecimiento general de los productos.

Toda la historia económica del mundo señala que puede ensayarse cualquier tipo de control, menos el control eficaz y honesto. Aunque el funcionario encargado de la abrumadora tarea de autorizar todos y cada uno de los permisos de importación sea incorruptible, aunque logre vencer las tentaciones que lo acosarán en su función, aunque su honestidad lo mantenga en el puesto a pesar de la intrigas que esa misma honestidad haría que se tejieran contra él, aunque llegue a evitar que empleados subalternos lo sorprendan para delinquir, aún así, él mismo podrá errar o dejarse llevar de prejuicios o de simpatías o antipatías que resultarán funestos para el abastecimiento del mercado y, por lo tanto, para la economía del país.

La Prensa 14/07/1954

La Prensa 18/03/1958

Para tener una moneda fuerte, hace falta algo más que decretos del gobierno. Hace falta una sensata política financiera. Hace falta una política económica de promoción y estímulo. Es menester que el presupuesto se equilibre. Es preciso que el gobierno no recurra al Banco de Reserva. Es indispensable que el propio Banco de Reserva no haga funcionar la maquinita por su cuenta. Es necesario que se estimule la producción para que ingresen más dólares al país.

La Prensa 18/03/1958

La Prensa 29/01/1958

Como la inflación aumenta el número de billetes, hay más soles peruanos por cada dólar disponible en el mercado. Por lo tanto, este dólar tiende naturalmente a encarecer. Sólo puede conservarse estable si la oferta de dólares aumenta en el mercado en parecida proporción a la expansión de la moneda nacional. Pero, como aquí no contamos con una “maquinita” para imprimir dólares, es muy difícil aumentar la oferta de éstos, que sólo pueden provenir de nuestras exportaciones -que cuesta trabajo producir- o de las inversiones en moneda extranjera que lleguen al país, para lo cual, tenemos, por lo menos, que inspirar confianza.

La Prensa 29/01/1958

La Prensa 16/02/1955

Desde luego, no es el precio del dólar el que más interesa al país que se conserve estable, sino el precio de las cosas comunes, el de los artículos de consumo, el de los productos que todos, hasta los más humildes compran, porque no pueden prescindir de ellos. Si, como parece ocurrirle al Banco de Reserva, sólo se tiene la mirada puesta en el cotización de la moneda extranjera y, para sostenerla, se hacen emisiones de billetes, la moneda se desvalorizará, primero y constantemente, en el mercado interno a través del encarecimiento de la vida, y después, y de golpe, en el mutado de cambios a través del alza del dólar, cuya estabilidad se decía perseguir.

La Prensa 16/02/1955

La Prensa 26/06/1955

De ahí que el mejor termómetro de la verdadera situación monetaria sea, no tanto el cambio, como el nivel de precios y el índice del costo de la vida. Y de ahí también que una política monetaria bien encaminada, deba atender preferentemente a mantener estables tales precios y a corregir, por lo tanto, todo lo que determine la inflación o contribuya a ella.

La Prensa 26/06/1955

La Prensa 9/04/1963

Encaje bancario e inflación

No hace mucho, un lector dirigió una carta a nuestro diario en que pedía que le hiciéramos aquí “la explicación de lo que constituye el Encaje Bancario, porque un comentario editorial de La Prensa (de febrero) sostenía que la reducción de dicho encaje es perjudicial a la estabilidad de la Balanza Comercial en el Perú”. Hemos preferido esperar, para satisfacer la petición de ese lector, hasta la publicación de los últimos datos sobre nuestra balanza comercial. Según comentábamos ayer, en esta misma columna, tales dato; señalan que, desde el último día de enero de 1962 hasta igual fecha de 1963, es decir, en un período completo de doce meses, el Perú tuvo un déficit de 9 millones de dólares en su balanza comercial. Dijimos, también, que la causa del déficit era una presión inflacionista, de origen sobre todo crediticio, que había hecho subir demasiado las importaciones.

Junto con las emisiones de billetes, la reducción del encaje bancario es uno de los factores que explican esa presión. El encaje bancario no es otra cosa que el porcentaje (sobre los depósitos que se hacen en los bancos) que tales instituciones están obligadas a conservar en sus cajas, que están legalmente prohibidas de prestar. Si el banco recibe depósitos por 100 millones de soles, y si el encaje es de 20 por ciento, quiere decir que puede colocar (prestar) 80 millones de soles, pero que la ley le obliga a guardar en sus cajas (le prohíbe prestar) los otros 20 millones de soles.

Ahora bien, reducir el encaje bancario es simplemente, dicho en términos más directos, aumentar la capacidad de préstamos de los bancos. Pero que los bancos puedan prestar más quiere decir, a su turno, que va a haber en el mercado más medios de pago, exactamente como si se emitieran nuevos billetes. Todavía más, porque mientras las emisiones añaden medios de pago, los préstamos bancarios los multiplican. En efecto, el banco que recibe cien millones, puede, si el encaje es de 20 por ciento, prestar 80 millones. Esos 80 millones, resultan tarde o temprano, depositados en ese o en otros bancos. Se guardan en las cajas el 20 por ciento de los 80 millones, o sea 16 millones, y se vuelven a prestar los 64 millones restantes. Estos, a su vez, son depositados y disminuidos en un 20 por ciento (12.8 millones) antes de prestar el resto (51.2 millones). Etcétera.

Si el encaje fuera reducido del 20 al 10 por ciento, de los 100 millones depositados, se prestaría, inicialmente, 90 millones; la segunda vez, 81 millones; la tercera vez, 72.9 millones, etc. Se ve, pues, que reducir el encaje, equivale a aumentar los medios de pago. Cuando tal aumento no guarda proporción con los

bienes y servicios que produce un país, hay inflación (crediticia), exactamente como hay inflación (fiscal) cuando el gobierno gasta más de lo que recibe y se financia mediante emisiones de billetes, y como hay inflación (salarial) cuando las remuneraciones crecen más rápidamente que la productividad y elevan así los costos y los precios.

La Prensa 9/04/1963

La Prensa 14/04/1950

Comunicación del Presidente del Banco Central de Reserva del Perú al Superintendente de Bancos

Lima, 2 de febrero de 1950

Señor don Federico Ruiz Huidobro,

Superintendente de Bancos,

Ciudad.

Señor Superintendente:

En su sesión del jueves 26 del pasado mes, el Directorio resolvió, por unanimidad, que me fungiera a usted haciéndole ver la necesidad apremiante de que se deje sin efecto las medidas restrictivas de crédito establecidas en julio último, y se restablezca el régimen existente anteriormente, en la forma más conveniente.

En esa sesión, el Directorio tuvo a la vista el monto total de la circulación y depósitos, ascendente a mil setenticuatro millones, que acusa una disminución de noventicuatro millones con relación al correspondiente al 30 de noviembre último, cuando ese total ascendía a mil ciento sesentiocho millones. El 31 de diciembre, la cifra era de mil ciento treintiocho millones, de manera que, desde esta última fecha, la disminución ha sido de sesenticuatro millones. Aun si se hace la comparación con la cifra correspondiente al final del primer semestre del año pasado, o sea el último día de junio, ella resulta siendo cincuenticuatro millones superior a la de ahora.

No debe, pues, sorprender la preocupación evidente de los que se dan cuenta de esta situación. A la magnitud de la reducción en el monto de la circulación y depósitos, viene a agregarse la rapidez con que se ha producido. Si tomamos en cuenta que las disposiciones vigentes obligan, en todo caso, a los bancos a una restricción en sus facilidades, aun si la circulación y depósitos se mantuvieran estables, fácil es comprender sus efectos al haberse producido una baja tan violenta como la que queda anotada.

La política que se ha venido siguiendo se inspira en el propósito de llegar a estabilizar el valor de nuestra moneda. Por eso, desde un principio, se ha combatido la inflación que durante tanto tiempo se había estado desarrollando. El propósito ha sido ponerle término a tan lamentable tendencia, pero nunca se ha pensado en ir a la deflación, por la crisis que habría de causar. La deflación no lleva únicamente a la baja de los precios sino también a la baja de los costos de producción, puesto que si ellos se mantienen al mismo nivel mientras que los precios de los productos se deprimen, entonces habría de irse a la paralización de las actividades productivas y, consecuentemente, a la desocupación. La baja en los costos de producción implica una reducción en los sueldos y en los salarios que constituyen renglones principales del costo. Nadie puede estar de acuerdo con una política que acarrearía la desocupación o la reducción de sueldos y salarios. La única política sabia y la que permite el desarrollo del país sin causar trastornos es la que el Banco viene propiciando; o sea, la de la estabilización, sin caer en el error de que, por haberse antes incurrido en una política inflacionista, ahora puede convenir la política contraria de la deflación.

La causa tradicional de la inflación en el Perú ha sido la angustia fiscal. Los déficit del Tesoro Público han sido cubiertos mediante operaciones de crédito con el Banco. Central de Reserva, que sólo pueden hacerse aumentando la circulación y consecuentemente los recursos de los bancos para extender sus facilidades de crédito. El actual Gobierno ha demostrado en la práctica estar resuelto a poner término a esta funesta costumbre, no habiendo recurrido una sola vez durante todo el año pasado al Banco Central de Reserva. Tenemos, pues, razón para confiar en que esta funesta causa de la inflación anterior ha cesado.

El otro motivo del aumento de la circulación ha sido la compra de moneda extranjera por el Banco, como aconteció durante el año pasado, mientras que estuvo obligado a adquirir una proporción de la moneda extranjera proveniente de las exportaciones. Con el nuevo régimen establecido el 11 de noviembre, que establece un mercado libre de cambios, el Banco no tiene ya esa obligación y, por lo tanto, podrá desempeñar su verdadera misión de devolver a la moneda su función esencial de medida inalterable del valor, de medio de pago con poder adquisitivo estable; mejor dicho, la estabilización de los precios, base insustituible del fomento de la economía nacional, el desarrollo del hábito del ahorro y el bienestar de todas las clases sociales pero, en especial, de las menos holgadas.

Ir ahora a la deflación, producir la paralización de las actividades productoras, causar la desocupación o ir a la reducción de los elementos constitutivos de los costos de producción, como son los sueldos y salarios, sería desarrollar una crisis penosa y de lamentables consecuencias que el Banco de Reserva está convencido debe evitarse. Y como la situación actual está abocada a esa crisis, el Banco cree que, sin pérdida de tiempo, debe actuarse dejando sin lugar las medidas adoptadas en julio del año pasado que tendían a la restricción del crédito en un momento en que aún estaba presente una de las causas de la inflación. Hoy, que la situación ha cambiado radicalmente, es preciso poner término sin demora a medidas que, si bien en ese entonces pudieron haber razones para que fueran tomadas, hoy las hay muy poderosas para que desaparezcan en su mayor parte. Ni siquiera puede actualmente invocarse a favor de ellas, el que el mercado de cambios tienda al alza incontrolada como entonces.

Por las razones anteriormente expuestas y cumpliendo, como ya dejo dicho, encargo especial del Directorio, solicito formalmente en nombre del Banco Central de Reserva, que sean revisadas las disposiciones vigentes y se restablezca cuanto antes un régimen de mayor elasticidad para el encaje de los Bancos o sea de menores restricciones para el crédito.

Dios guarde a Usted.

PEDRO G. BELTRAN,

Presidente del Banco Central de

Reserva del Perú.

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El Directorio del Banco de Reserva aceptó ayer la renuncia de su Presidente

Carta dirigida al Señor Pedro Beltrán

En la sesión de Directorio del Banco Central de Reserva, celebrada ayer, se aceptó la renuncia presentada por el señor Pedro Beltrán del cargo de Presidente que venía desempeñando por elección del propio Directorio y fue elegido, para reemplazarlo, el señor Clemente de Althaus que ha venido ejerciendo los cargos de Vice-Presidente y Gerente General.

Asimismo, eligió Vice-Presidente al señor doctor don Daniel Olaechea y Gerente General al señor don Alcides Velarde.

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Lima, 13 de abril de 1950.

Señor don

Pedro G. Beltrán

Ciudad

Muy apreciado señor y amigo:

Cumplo con acusar recibo de su atenta carta, fecha 7 del que cursa, con la cual hace usted renuncia del cargo de Presidente del Banco Central de Reserva.

En la sesión realizada en la mañana de hoy, el Directorio tomó conocimiento de su renuncia la que, muy a su pesar, se ha visto obligado a aceptar en atención a las razones que usted invoca.

Al aceptar su renuncia, el Directorio ha acordado, por unanimidad, dejar constancia de los valiosos servicios que ha prestado usted al país, durante el corto tiempo en que ha ejercido la Presidencia del Banco. Ha sido usted el más esforzado defensor de la política de libertad de cambios y supresión de los controles a la cual se debe, indiscutiblemente, el mejoramiento de la economía nacional y la situación de bienestar que se ha iniciado en los últimos meses, al permitir esa política el ejercicio normal de las actividades productoras que, dentro del anterior régimen de controles, estaban condenadas a paralizarse paulatinamente con desmedro evidente de la economía pública y privada.

Esa política y la de mantener la estabilidad monetaria que usted anhela en su carta, y que en todo momento ha encontrado el esclarecido apoyo de la Junta Militar de Gobierno, ha de ser continuada con todo empeño por el Directorio.

La actuación de usted en el Banco Central de Reserva, determinada por razones de carácter exclusivamente patriótico y prestada en forma ad honorem, es debidamente apreciada por, el Directorio y lo será igualmente por el país.

Al transcribir a usted el anterior acuerdo del Directorio, aprovecho la oportunidad para renovarle los sentimientos de mi personal estima.

Clemente de Althaus

Presidente del Banco Central

de Reserva del Perú

La Prensa 14/4/1950

La Prensa 10/4/1963

Encaje bancario y balanza comercial

Se ha estudiado ya cómo la reducción del encaje bancario equivale a una expansión de los medios de pago. Cuando tal expansión guarda un ritmo proporcional al crecimiento económico, cuando se mantiene el equilibrio entre los medios de pago y los bienes y servicios que con ellos se adquieren y que se ofrecen en el país, no existe problema alguno. Pero si la expansión de medios de pago supera el crecimiento económico, entonces se rompe el equilibrio y aparece la presión inflacionista.

El encaje es así un instrumento fundamental en la política monetaria. Debe ser manejado con sumo cuidado para impedir tanto la inflación cuanto la deflación (que se produciría en el caso inverso, es decir, cuando los medios de pago quedaran retrasados respecto del crecimiento económico).

En los últimos años, ha sido a la vez posible y necesario, reconstruir la reserva en oro y monedas extranjeras que todo el país requiere, como respaldo de su propio signo monetario. Para ese efecto, el Banco Central ha estado adquiriendo en el mercado las divisas excedentes en la medida adecuada para no alterar la estabilidad del cambio. Para hacer tal cosa, ha emitido billetes. Pero dichos billetes, de ser absorbidos por la circulación, hubieran producido una inflación interna, a menos que se “esterilizara” tal efecto, por medio del encaje bancario.

Así se empezó con un encaje bancario del 100 por ciento sobre los nuevos depósitos, vale decir, que los nuevos billetes, apenas depositados en los bancos, dejaban de circular porque no podían ser prestados. Constituida ya una buena reserva de divisas en el Banco Central, y ante señales de crecimiento económico en la oferta interna de bienes y servicios, se consintió una mayor liberalidad crediticia, disminuyendo la obligación de encaje sobre nuevos depósitos, aunque compensando ello en parte con un aumento en el encaje básico (depósitos anteriores).

Sin embargo, en setiembre del año pasado y nuevamente en diciembre, se volvió a reducir notablemente el encaje sobre los nuevos depósitos (del 52 por ciento al 32 por ciento y al 15 por ciento) sin siquiera reajustar el encaje básico; y en enero último, contra un mínimo aumento de éste, se liberó a los nuevos depósitos de todo encaje adicional. Es decir, que las nuevas emisiones son absorbidas casi íntegramente por el mercado y, los medios de pago, generados así, son multiplicados luego por el mecanismo de los préstamos bancarios, según hemos explicado ayer, en forma desproporcionada al crecimiento real de la oferta interna de bienes y servicios.

Tal inflación, de origen crediticio, ha hecho notable presión sobre las importaciones -al amparo precisamente de la estabilidad del cambio cuyas bases tiende a socavar-, de todo lo cual es síntoma alarmante el déficit (computado en períodos de doce meses) en la balanza comercial que ha empezado a presentarse en diciembre y enero, coincidiendo con las medidas de exagerada liberalidad crediticia.

La Prensa 10/4/1963

La Prensa 11/4/1963

Aún es tiempo para una disciplina monetaria

Si continúa produciéndose la expansión de los medios de pago, principalmente por excesiva liberalidad en la política crediticia, en ritmo parecido o igual al de los últimos meses (las últimas noticias señalan un crecimiento especialmente alarmante en las colocaciones bancarias), se habrá puesto en marcha una grave amenaza contra la estabilidad de nuestro signo monetario y contra su respaldo en el Banco Central. La presión originada por tal abundancia de medios de pago está, en efecto, traduciéndose ya en excesivas importaciones con el resultado de un déficit en la balanza comercial.

Este exceso de importaciones, se debe a que frente a la estabilidad del cambio, los medios de pago recién creados permiten adquirir una cantidad cada vez mayor de moneda extranjera y aplicarla a compras en el exterior. Pero como tales medios de pago, no se crean en proporción al crecimiento económico, sino que lo sobrepasan, el aumento de las importaciones no es compensado ni financiado por un parejo aumento de las exportaciones. Se produce, pues, un déficit en la balanza comercial y también en la balanza de pagos. La moneda extranjera que se gasta por encima de la que el país ha producido, tiene que salir entonces del Banco Central, disminuyendo las reservas.

Si tal proceso no es detenido a tiempo, mediante la implantación de la disciplina monetaria, el país puede volver a quedarse sin las reservas que tan laboriosamente había conseguido acumular. Y quedarse sin reservas, significa sacrificar la estabilidad del cambio y desvalorizar nuestra moneda.

La mayor cotización de la moneda extranjera termina por encarecer y desalentar las importaciones de las que hoy se abusa, con lo cual culminaría inevitablemente un ciclo funesto en que se pasa del exceso a la privación; innecesariamente, porque el país puede importar lo que necesita en la medida de sus posibilidades reales y por medios sanos, sin sacrificar el valor de la moneda ni imponer a la economía las alteraciones y hasta amputaciones que se requerían para salir de una crisis.

Una política de prudente disciplina monetaria equivale a la salud, a la prevención de la enfermedad, a la vida normal de una persona sana. Si se empieza a incurrir, en algunos excesos, todavía es posible recobrar la salud mediante normas de austeridad, de restricciones limitadas, que equivalen a una dieta o a un tratamiento médico moderado. Pero si se persiste en los excesos, el organismo económico sufre tal deterioro que requiere la operación quirúrgica de depreciar la moneda.

El Perú tuvo que someterse en 1959 a una cura de urgencia, después de la cual convaleció y recuperó la salud económica. Hoy se presentan los primeros síntomas de una recaída. El diagnóstico es claro; y el exceso o inflación de créditos puede curarse todavía con una dieta de disciplina monetaria. Pero si no se aplica ese remedio oportunamente, el déficit del comercio exterior y la disminución de las reservas pueden llevamos, como acaban de llevar a Chile, a una amputación vuelta inevitable en el valor de la moneda.

La Prensa 11/4/1963

La Prensa 18/04/1963

¿Por qué camino vamos?

Hemos estado analizando en días anteriores, desde esta columna, algunos aspectos fundamentales de la situación económica y financiera actual. Y hemos visto, en conclusión, que es imposible la pretensión de consumir más que lo que permite el aumento de la producción. Hemos estudiado también cuáles son las inevitables consecuencias de pretender tal cosa, ya sea en la economía particular o en la economía del Estado.

Cuando, por uno u otro medio, se distribuye dinero que, en un principio, permite comprar más cosas que las que realmente se han producido y están a la venta, se produce una competencia entre los compradores para adquirirlas, tratando unos de adelantarse a los otros. Tal puja entre los compradores hace subir los precios exactamente como en un remate. Y el alza de los precios no es otra cosa que la disminución del valor de la moneda. Esta se hace sentir, primero, internamente, en el encarecimiento del costo de vida y, luego, en el mercado de cambios, en el encarecimiento de las monedas extranjeras.

En última instancia, como el dinero es simplemente una medida del valor de las cosas, distribuir dinero más allá del aumento de las cosas realmente producidas y que están en venta, significa tener algo así como un metro con más de cien centímetros, pero centímetros cada vez más chicos.

Sólo cuando se produce más, se puede alcanzar el fin de elevar el nivel de vida, que erróneamente se cree poder lograr aumentando únicamente el dinero y no las cosas que éste compra.

Así, cuando el gobierno, que vive de la producción del país, trata de aumentar sus gastos en proporción mayor al crecimiento de la economía nacional, tiene dos caminos: , o elevar los impuestos, con lo cual quita recursos a la producción misma y sólo consigue que se empiece a producir cada vez menos; o caer en el déficit para pagarlo con billetes de la “maquinita”, con lo que, como hemos visto ya, distribuye sólo más dinero pero no más bienes; es decir, distribuye dinero que cada vez tiene menos valor. Como casos extremos de tal política de gastos excesivos, pueden citarse los recientes o actuales de Brasil, Chile y Argentina, para no hablar de Bolivia.

En la actividad privada ocurre algo semejante. Cuando se aumentan los gastos, como por ejemplo las remuneraciones, más allá de lo que permiten mayores ingresos por aumento de la producción, lo que se distribuye de más en un primer momento, se consume de menos al cabo de muy corto tiempo, cuando la pérdida lleva al cierre del negocio y a la desocupación de los trabajadores. Hay entonces menos consumo y también menos producción que antes y, como consecuencia lógica, también menos ingresos para el Estado que vive de la economía nacional.

Si, a la luz de todo esto, tratamos de saber hacia dónde marcha la economía del Perú en estos precisos momentos, tenernos que comprobar que hoy estamos yendo por ese camino inconveniente de aumentar los gastos; es decir, el consumo más rápidamente que la producción.

Se conoce el enorme aumento de los gastos fiscales para el Presupuesto vigente, al cual se acaba de sumar el último aumento a los empleados públicos. También vemos que en la actividad privada se está produciendo un aumento de los costos, sobre todo, por alza de las remuneraciones más allá del crecimiento de las entradas y posibilidades auténticas de las empresas. Por último, la política de créditos que siguen los bancos y aun la autoridad monetaria, tiene los mismos efectos que la “maquinita”, porque se está distribuyendo, a través de los préstamos, un exceso de dinero que, por un lado, infla los precios internos y, por otro, hace subir las importaciones a un ritmo que de continuar amenazaría con agotar las reservas de moneda extranjera.

Gracias a que ellas fueron laboriosamente acumuladas y gracias, en general, a la solidez que en los últimos años se consiguió dar a la economía peruana, todavía no se sienten con suficiente fuerza los efectos de esa política de gastos excesivos en el Presupuesto, las empresas, el crédito o el comercio exterior. Pero ya aparecen los primeros síntomas. Por ese camino, sólo se va a la crisis. De ahí la urgencia de cambiar de rumbo y volver al buen camino, a menos que se prefiera la crisis y la inflación a la estabilidad y la salud de la economía.

La Prensa 18/04/1963

La Prensa 22/02/1960

¿Para qué pagar deudas?

Con la misma amabilidad con que se dirige a nosotros el señor Mario Herrera Gray, debemos decirle, que a nuestro juicio, hemos contestado no sólo tres o cuatro de sus preguntas sino todas ellas e inclusive' los planteamientos de política monetaria que inspiran su interrogatorio.

Vamos a intentar una nueva y -esperamos- ya definitiva explicación acerca de las deudas que paga el Banco Central de Reserva. Contamos, para ello, ciertamente, con la capacidad de comprensión que va demostrando el distinguido periodista Mario Herrera Gray.

El Banco Central de Reserva es una entidad autónoma encargada por la ley de velar por la estabilidad de la moneda. Esa es su razón de ser. Es su cometido específico: velar por la estabilidad de la moneda. No son de su directa incumbencia ni el desarrollo económico del país, ni el déficit que pudiera padecer el Perú en materia de viviendas, irrigaciones, hospitales o caminos, ni las moratorias en el pago de las pensiones a los jubilados o de los montepíos a las viudas. La solución de estos problemas depende sí de la estabilidad monetaria.

En el desempeño del cometido específico que la ley le encarga, el Banco de Reserva obtuvo del Fondo Monetario Internacional un crédito llamado de estabilización.

Obtuvo también del Eximbank un crédito destinado a equilibrar la balanza de pagos. Ambos créditos servían al mismo objetivo: aumentar de dólares el mercado para sostener la cotización del sol que se derrumbaba a pasos acelerados.

Pareció necesario recurrir a tales créditos precisamente porque el Banco de Reserva había perdido sus reservas. En el curso de 1957, efectivamente, el Banco de Reserva agotó sus fondos disponibles en dólares -alrededor de cuarenta millones de esa moneda- para sostener la cotización del dólar a 19 soles. Cuando se consumió casi íntegramente esa reserva, el Banco Central dejó de intervenir en el mercado, por la fuerza misma de las cosas, y empezó a subir la cotización del dólar o, lo que es lo mismo, a bajar la cotización del sol.

Se acusaron así, en el cambio, los efectos de las continuas emisiones de billetes, los efectos de la inflación. Tales efectos no se habían reflejado en el cambio hasta entonces, aunque ya se habían reflejado en el alza del costo de vida, precisamente porque el Banco de Reserva había gastado sus reservas para impedir que se reflejaran. En otras palabras: la cotización del dólar a 19 soles, en 1957, ya era artificial. Sólo era posible porque el Banco de Reserva alimentaba el mercado con dólares a 19 soles.

Pues bien: con los créditos de estabilización y para equilibrar la balanza de pagos que obtuvo el Banco de Reserva del Fondo Monetario Internacional y del Eximbank, se pretendía, en buena cuenta, dotar al Banco Central de una reserva extra para sostener la cotización del sol. De una reserva ajena en reemplazo de la propia, que se había consumido casi íntegramente. De una reserva que, tarde o temprano, había que pagar, y por la cual, mientras se cancelase el préstamo, naturalmente había que abonar intereses.

He aquí, sin embargo, que a partir del mes de julio último la cotización del dólar, lejos de seguir subiendo como hasta entonces ocurría, empieza a bajar. He aquí, que el cambio se estabiliza en alrededor de 27 soles por dólar. He aquí, además, que los dólares, a partir del mismo mes de julio, afluyen al Perú en cantidades tan notables, que el Banco de Reserva puede comenzar a reconstituir sus reservas; esto es, a hacerse de dólares sin perjudicar por ello la estabilidad del sol.

Como el Banco de Reserva ya no necesita, a partir de julio, endeudarse para sostener la cotización del sol, y como ya dispone de reservas, o sea de dólares propios, decide cancelar las deudas que contrajo. Con lo cual, ahorra los intereses que hubiera tenido que pagar, y afianza el prestigio del Perú. Esa es la actitud que hay que juzgar, no olvidando nunca que el cometido específico del Banco Central es velar por la estabilidad de la moneda, y no trazar carreteras o construir hospitales. ¿Ha hecho bien el Banco de Reserva? ¿O hubiera sido preferible que, continuase pagando intereses por un préstamo en dólares que ya no necesitaba emplear?

Hay otro problema, completamente diferente, que preocupa al señor Herrera Gray. Es el problema de los créditos para promover el desarrollo económico que pueden obtenerse ante los organismos internacionales. Ese problema no es de la específica incumbencia del Banco de Reserva.

Los organismos internacionales dan créditos de promoción de dos clases: créditos a las empresas privadas y créditos a los gobiernos. Crédito a las empresas privadas como el crédito de 215 millones de dólares que otorgó el Eximbank a la firma que explota Toquepala. Créditos a los gobiernos como el que está a punto de obtener el Perú para financiar la carretera de Pucallpa, o el que está gestionando para el plan de Fomento de la Ganadería.

¿Por qué mezclar los créditos de estabilización que obtuvo el Banco de Reserva con los créditos de promoción económica que pueden obtener, y de hecho obtienen, el gobierno peruano o las firmas que trabajan en el Perú? ¿Significa algún impedimento para que el Perú obtenga crédito de promoción económica el hecho de que el Banco de Reserva pague sus deudas? Todo lo contrario: el Banco de Reserva acredita al Perú en general como excelente pagador. ¿Por qué mezclar una cosa con la otra? ¿Para qué tanto enredo?

Y se hace enredo, sin duda alguna, cuando se insinúa aún en vía de interrogación que el Perú tiene largueza para pagar a los extranjeros, y mientras tanto la caja fiscal es morosa para pagar pensiones de jubilación. Nada tienen que ver los créditos de estabilización con los montepíos. Y también se enreda cuando se sugiere que el Congreso del Perú expida una ley para cambiar de destino los préstamos que obtuvo el Banco de Reserva. Pues se trata de problemas completamente distintos, los créditos de estabilización que obtuvo el Banco de Reserva para sostener la cotización del sol, y que ha pagado; y los créditos de promoción económica que puede y, por cierto, debe obtener el Perú.

La Prensa 22/02/1960

La Prensa 22/02/1960

Récord en el ingreso de dólares

En el período comprendido entre enero de 1959 y enero de 1960, se han batido todos los récords de ingreso de moneda extranjera para un lapso de doce meses. En efecto: la cifra anterior más alta era de 478 millones de dólares, la misma que se registró en los doce meses comprendidos entre julio de 1956 y julio de 1957.

Pues bien, desde enero de 1959 a enero del año en curso han ingresado al Perú nada menos que 480 millones de dólares; esto es, dos millones de dólares más sobre el récord anterior.

Como ocurren desniveles estacionales en los ingresos de divisas, para saber a qué atenerse respecto del mejoramiento o el empeoramiento de la situación, se acostumbra comparar los ingresos de un año con los de otro.

No hay ninguna necesidad, sin embargo, de esperar el mes de diciembre para tener el cálculo que corresponda a doce meses completos. Dicho cálculo puede hacerse mes tras mes, tomando en cuenta, para cada oportunidad, los doce meses anteriores.

De esa manera, se tienen siempre los cálculos que corresponden al año anterior, y se aprecia exactamente la situación. Así podemos ver que, en los últimos meses del año pasado, aumentaron vertiginosamente los ingresos de moneda extranjera.

Los ingresos de moneda extranjera sumaban 409 millones de dólares en los doce meses que vencieron en julio de 1959; 416 en agosto; 432 en setiembre; 443 en octubre; 456 en noviembre; 472 en diciembre; y han sumado en enero de 1960 nada menos que 480 millones de dólares.

El aumento en los ingresos de moneda extranjera, junto con la estabilidad del cambio y la tendencia a la estabilidad que el costo de vida ha empezado a acusar a partir del pasado mes de setiembre, es uno de los síntomas que mejor indican la recuperación de la economía peruana.

El aumento en los ingresos de moneda extranjera ha sido tan notable que el dólar, luego de bajar respecto de la alta cotización que alcanzó en julio, se ha mantenido estable; y que, además, sin perjudicar esa estabilidad, el Banco de Reserva ha podido hacerse de dólares y proceder a pagar las deudas que contrajo en el exterior. Algunos, en el Perú, no han entendido esa medida y han tratado de desfigurarla, pero los expertos la han aplaudido con entusiasmo dentro y fuera del país.

Los críticos del gabinete Beltrán pueden hacer objeto al Primer Ministro de las acusaciones más extravagantes. Desde enemigo del pueblo hasta socio de la International Petroleum. Pueden decir que ha subido al gobierno para encarecer el dólar y empobrecer a los más pobres. Pero no pueden negar los hechos. No pueden borrar las cifras. Pueden lanzarse por el camino de la demagogia, pero no pueden discutir la misma realidad.

Allí están, como un reto, los hechos y las cifras: en los doce meses que han vencido en enero de 1960 han ingresado al Perú más dólares -480 millones- que en cualquier otro período anterior de doce meses.

La Prensa 22/02/1960

Libertad

Libertad
Mario Vargas Llosa

La Prensa 22/7/1934

INDUSTRIA/AGRICULTURA / MINERIA/RECURSOS NATURALES

Países exportadores e importadores

“Los hay, en primer término, que han llegado a la plenitud de su desarrollo industrial, que ya laboran al máximo el íntegro de sus materias primas, hasta ponerlas en condiciones de su inmediato consumo dentro del territorio y fuera de él. El acrecentamiento de su riqueza sólo puede, pues, verificarse a base de sus inversiones en otros países o manufacturando materia prima del exterior, para devolverla a los lugares de origen en estado de ser aprovechada.

Los pueblos que se encuentran en esas condiciones son los llamados manufactureros o fabriles, que siempre han tomado para sí la parte más importante de la riqueza universal y que gozan de las mejores condiciones de vida, pero en la actualidad atraviesan profunda crisis, debido en primer lugar a que son varios los que se dedican a esa labor, haciéndose la competencia entre ellos mismos; y a que los países productores de materias primas aspiran a ser también manufactureros y protegen su industria fabril con elevadas tasas arancelarias. Esta circunstancia, la introducción de las máquinas, cada vez más perfeccionadas, que disminuyen el trabajo humano, y el alto valor del oro, son las causas de la crisis de desocupación por la que pasa el mundo, especialmente en los países fabriles”.

La Prensa 22/7/1934

La Prensa 15/01/1954

Electrificación

Es casi ocioso señalar que la electrificación está estrechamente unida al desarrollo industrial y que, en cierta manera, el grado de electrificación puede servir como índice bastante seguro del estado de la industria en un país o una región. Casi todas las actividades industriales, desde las extractivas hasta las manufactureras funcionan a base de electricidad. La energía eléctrica utilizada anteriormente sólo en los centros urbanos en los que se concentra la industria, ha extendido sus beneficios, hasta las zonas rurales, en muchas regiones del globo, facilitando las labores agrícolas. Su empleo abarca así desde la agricultura hasta la enorme variedad de la pequeña y la gran industria.

La Prensa 15/01/1954

La Prensa 22/09/1951

Industrialización

Es necesario que nuestras clases productoras se den perfectamente cuenta de un hecho insoslayable en la vida económica: que la industria, para sobrevivir, debe ser apta de por sí; y que su aptitud, al menos en circunstancias relativamente normales, debe ser independiente de las subvenciones, de las limitaciones al competidor, y en general, de las medidas proteccionistas que, cuanto más, pueden infundir una vida artificial y poco duradera ya que a la larga crean un problema más grave y decisivo.

Y es también necesario que el Estado comprenda que el interés fiscal será mayor si, aligerando relativamente de cargas tributarias a la producción -hoy gravada con exceso-, la estimula y le permite desarrollarse, aumentando sus utilidades (y con ellas la recaudación de impuestos), las oportunidades de trabajo y, en general, el nivel de vida del país.

La Prensa 22/09/1951

La Prensa 21/08/1955

Capitalización

El Perú, como casi todas las naciones latinoamericanas, sufre una tremenda escasez de capitales. Este hecho constituye uno de los máximos obstáculos para su industrialización. La implantación de la economía libre ha hecho posible la atracción de inversiones extranjeras. Pero si éstas son útiles, por cuanto crean nuevas oportunidades de trabajo, son mejores cuando se unen con el capital nacional y además de permitir la explotación de nuestras fuentes de riqueza, contribuyen, directa e inmediatamente, a la capitalización del país. Es importante, por lo tanto, el aliento a los capitales foráneos para que se asocien con capitales nacionales y, lo es más aún, favorecer los préstamos extranjeros a empresas particulares.

El proceso de industrialización requiere, asimismo, la creación de estímulos eficaces; no de tarifas proteccionistas que atentan contra la elevación del nivel de vida, puesto que, por otra parte, favorecen la implantación de industrias ineficientes y artificiales que restan capitales y brazos a otras actividades que sí tienen sólida raíz en nuestro medio. Ofrecer estímulos tributarios, la exoneración total o parcial de impuestos a determinadas industrias y por determinado plazo, y aplicar un alto porcentaje de depreciación a las nuevas instalaciones, con cargo a las utilidades antes de que sean gravadas -lo que permitiría adquirir y reponer equipos más cómodamente y a más corto plazo-, es la política más inteligente, como lo han demostrado reiteradas experiencias. El Estado resulta beneficiado a la larga, puesto que al aliviar o suprimir la carga tributaria de determinada actividad, aumentan las inversiones y la producción, y recibe, por lo tanto, mayores ingresos.

La Prensa 21/08/1955

La Prensa 17/10/1957

¿Proteccionismo?

Hay dos caminos enteramente distintos de fomentar el desarrollo industrial. Por una parte, la constitución de medidas de aliento positivo de todo tipo y, especialmente, de índole tributaria. Por ese camino se va hacia una industria sana, con bases sólidas, de gran eficiencia en la producción y que, por lo tanto, beneficia directa o indirectamente al país y a los consumidores.

Por otro lado, está el camino del proteccionismo arancelario que conduce, en primer lugar, al establecimiento de industrias artificiales y, en segundo término, a la desaparición de la competencia que lleva a alcanzar un alto nivel de eficiencia en la producción. En todo caso, el proteccionismo significa la creación de una industria parasitaria que sólo puede subsistir gracias al subsidio indirecto del consumidor, obtenido a través de tarifas arancelarias. Se limita así toda posibilidad real de elevar el nivel de vida de las grandes mayorías.

La Prensa 17/10/1957

La Prensa 1/03/1957

Se llega al extremo de preferir la industrialización como un fin en sí mismo, independientemente de las circunstancias particulares de cada caso, y prescindiendo de la incidencia de las industrias artificiales en el encarecimiento de la vida. Diríase que basta que un negocio se presente como industria nacional para estar automáticamente garantizado contra la posibilidad de pérdida -riesgo común a todas las demás actividades económicas-, pues se supone que el Estado debe intervenir siempre para evitar que desaparezcan tales industrias, aunque estén pésimamente administradas y sean artificiales, incompetentes y antieconómicas.

La Prensa 1/03/1957

La Prensa 30/01/1952

El desarrollo de una industria sobre bases sanas y recreativas, no está, por cierto, en función exclusiva o principal de las barreras de aranceles proteccionistas. Su desarrollo depende, fundamentalmente, de condiciones básicas generales que, como las tributarias o la estabilidad de la moneda, favorezcan sus posibilidades de progreso en vez de trabarlas o destruirlas. En ese conjunto de factores, los derechos arancelarios son un elemento adicional para ser utilizado con prudencia, y sin caer en equivocado proteccionismo de industrias artificiales.

La Prensa 30/01/1952

La Prensa 21/3/1955

Industrias que puedan desarrollarse eficientemente, son las que el país necesita. Cuando se habla de industrialización es preciso tener en cuenta que el Perú presenta condiciones para determinadas industrias, en tanto que otras resultan en nuestro territorio completamente ineficientes. Estas últimas son industrias artificiales que, para mantenerse, requieren de una tarifa proteccionista que las defienda de la competencia extranjera; tarifa proteccionista que perjudica al consumidor sin beneficiar al país. Resulta claro que si una industria requiere de protección contra la competencia foránea, no podrá vender sus productos en el mercado internacional y tendrá, por lo tanto, que depender exclusivamente del consumo interno. Es entonces el consumidor nacional el que resulta perjudicado. Las tarifas proteccionistas elevan el precio de los artículos extranjeros para hacer posible la venta de similares fabricados en el país. En la generalidad de los casos, impuesta una tarifa, los precios de los productores peruanos suben hasta casi alcanzar los niveles de precio de los extranjeros que están gravados con un fuerte impuesto.

La Prensa 21/3/1955

La Prensa 4/10/1956

Por lo tanto, encarecer el producto extranjero mediante la protección significa, primariamente, desplazarlo; pero significa también abrir un ancho margen dentro del cual el producto protegido pueda encarecer al arbitrio de quien lo introduce en el mercado. En efecto, en una situación tal, el producto nacional se desembaraza de los contrapesos naturales que en un mercado libre pueden oponer, de un lado, el consumidor y, del otro, el competidor foráneo. La protección impide al consumidor apelar al producto extranjero, y al producto extranjero apelar al consumidor, ya que el encarecimiento artificial los ha hecho virtualmente inaccesibles el uno al otro. ¿Es razonable dudar que el arbitrio del productor nacional, en un mercado donde el proteccionismo le permite imponer sus condiciones, se inclinará por el precio más alto posible?

La Prensa 4/10/1956

La Prensa 21/3/1955

La únicas industrias que benefician al país son aquellas que en la competencia, ya sea interna o internacional, demuestran tener bases sólidas; industrias que tengan una capacidad tal que sus productos puedan competir perfectamente con cualquier similar fuera del país. El sueño de la autarquía -del país que no hace importaciones- puede resultar a la larga sumamente costoso para la economía pública y privada. Resulta absurdo crear fábricas que requieran del subsidio de una tarifa proteccionista, invirtiendo capitales y trabajo que podrían ser utilizados para hacer productivas las muchas fuentes de riqueza inexplotadas que existen en el Perú.

La Prensa 21/3/1955

La Prensa 14/10/1957

La competencia de los artículos extranjeros, siempre que no se trate de la competencia desleal o dumping, lejos de ser perjudicial es beneficiosa. La competencia obliga al productor doméstico a mantenerse constantemente al día en sus técnicas y a lograr productos cada vez mejores y cada vez más baratos. El beneficiado es el consumidor, son las inmensas mayorías nacionales. En cambio, cuando se establecen barreras proteccionistas, la situación es ciertamente lamentable. Comienzan a surgir empresas industriales que, amparadas por el alto precio que tiene que cobrarse por los artículos similares extranjeros, pueden sobrevivir produciendo artículos de pésima calidad o, produciéndolos de calidad aproximada, pueden cobrar precios que dejan un margen -injustificado por artificial- de ganancia a costa del consumidor.

Uno de los principales problemas que presenta la economía peruana es el de la ausencia de un mercado de consumo. Ese mercado no podrá crearse jamás dentro de las condiciones generales determinadas por la vigencia de un régimen proteccionista, ya que el alto precio de los artículos tanto nacionales como extranjeros limitará por fuerza la capacidad de compra de las grandes mayorías.

La Prensa 14/10/1957

La Prensa 23/07/1934

Industria y materias primas

“Las fuentes de riqueza en los países de escaso desarrollo industrial, como el nuestro, las constituyen principalmente el aprovisionamiento de sus recursos naturales. Esto no quiere decir que no haya en ellos industria fabril, pues muchas materias primas necesitan, para ser exportadas, de una cierta preparación, y todos los pueblos tienden también a aprovechar para sí los beneficios de las actividades manufactureras principiando, desde luego, por la elaboración de artículos para el propio consumo y que tienen dentro del territorio las materias primas que les son necesarias.

Los recursos naturales son, desde luego, muy diferentes según los países que se consideren pero, como se comprende, están incluidos en lo que se llama los tres grandes reinos de la naturaleza: animal, vegetal y mineral. Lo frecuente es que toda circunscripción territorial correspondiente a una nación, contenga recursos naturales de los tres citados reinos, pero, desde luego, con predominio de uno sobre otro. Así, por ejemplo, en nuestra América Latina, la Argentina y el Uruguay son países preferentemente agrícolas y ganaderos, mientras que Chile y, sobre todo, Bolivia, son casi exclusivamente mineros. En el Perú se halla compartida, en proporciones casi idénticas, su riqueza en el reino mineral y en el reino vegetal, representándose ambas cifras semejantes en el valor de sus exportaciones; pero la trascendencia para la vida nacional es mucho mayor tratándose de la agricultura que de la industria minera.

Si los recursos naturales son diversos para cada país, las facilidades o dificultades para su aprovechamiento no son menos diferentes, dependiendo de los elementos geográficos, orográficos e hidrográficos del territorio. De allí que un análisis de estos accidentes, conjuntamente con una investigación de los recursos existentes, es indispensable para la acertada solución de los problemas conducentes a crear la riqueza en países nuevos”.

La Prensa 23/07/1934

La Prensa 21/08/1955

Descentralización y recursos

El Perú tiene la suerte de contar con una gran variedad de riquezas naturales, distribuidas en regiones en todas las cuales existen fuentes potenciales de energía hidroeléctrica y petróleo, calizas que aseguran el establecimiento de fábricas de cemento, una sólida industria minera ya establecida, y zonas agrícolas y ganaderas en plena producción y con posibilidad de extenderse hacia otras que están aún por colonizar. Y son precisamente estos cuatro factores -fuerza eléctrica y petróleo, cemento, establecimientos mineros y agricultura- los que son indispensables para dar los primeros pasos hacia la formación de un gran conjunto industrial.

De la conjugación de estos cuatro factores, en las regiones económicas naturales que existen en el país, debe surgir la industria de primera transformación de las materias primas, base fundamental para luego llegar al gran industrialismo que hoy caracteriza a los Estados Unidos y a las naciones europeas. Industrias de primera transformación existen el Lima y en ínfima medida, o sólo excepcionalmente, en otros lugares del Perú pero, a lo que debe tenderse, es a una industrialización natural, descentralizada; no a una industria que se concentre en la capital y en los alrededores, sino a una que aproveche la fuerza y las materias primas en el mismo lugar en que éstas se encuentren, creando allí oportunidades de trabajo y proporcionando ingresos más altos que hagan posible elevar el nivel de vida de la población y, en consecuencia, el nivel de consumo, hoy tan bajo -a excepción de Lima- que constituye uno de los mayores problemas de la industria nacional. Las regiones que son potencialmente unidades económicas, por contar con fuentes de recursos, pueden crear sus propios centros de producción y sus propios mercados de consumo, lo cual permitirá un desarrollo industrial armónico del país. Las condiciones naturales existen, pero el máximo obstáculo lo constituye el difícil territorio del Perú. La base de un crecimiento industrial en el sentido indicado es, por lo tanto, la promoción de las comunicaciones en sentido integral; la creación de carreteras, el mejoramiento de las existentes, el ofrecimiento de mayores facilidades para el tránsito aéreo, y para las comunicaciones telegráficas y telefónicas a larga distancia.

Preciso es, también, aumentar el capital del Banco Industrial y dar preferencia a los préstamos solicitados para establecer industrias de primera transformación en provincias.

La Prensa 21/08/1955

La Prensa 8/2/1951

Agricultura

El Perú es un país fundamentalmente campesino. Más del 60% de la población vive directamente de la agricultura; que es como decir, vive en las provincias, o mejor dicho, en el campo, puesto que el índice de población rural sobrepasa con amplitud a la urbana.

El aumento de la población y la consiguiente baja de rendimiento en las tierras explotadas por pequeños propietarios, cada vez más subdivididas por la imposibilidad de extenderse sobre otras incultivadas o nuevas, provoca la emigración interna. De otro lado, los capitales no encuentran aliciente a la inversión en esas regiones, porque la baja capacidad adquisitiva derivada de la baja producción, no contribuye, por cierto, a formar mercado de consumo capaz de sostener una producción industrial.

La Prensa 8/2/1951

La Prensa 20/01/1952

La introducción de la máquina de cultivo, la que trabaja directamente el campo, se encuentra en relación con el desarrollo industrial de la zona -como en Lima y Piura, por ejemplo-, que determina una mayor demanda de mano de obra, lo cual, lleva a introducir la máquina. Esta, por otra parte, constituye una novedad sumamente ventajosa porque reduce los costos y permite arados más profundos, facilitando el rendimiento de las tierras.

En la sierra, en cambio, la existencia de pequeños salarios, la falta de condiciones generales de desarrollo, la carencia de vías de comunicación suficientes y el bajo nivel de capitalización, dificultan o impiden la introducción de maquinaria moderna. Y la consecuencia no es otra que el escaso rendimiento de las tierras.

La conclusión general, que es posible deducir de tal panorama, se refiere, primeramente, a la necesidad de fomentar la capitalización del productor. El círculo vicioso de bajos rendimientos que impiden capitalizar para mejorar las técnicas, mecanizando el cultivo para mejorar los bajos rendimientos, puede ser roto si los productores no se encuentran sometidos a una excesiva presión tributaria que merma las rentas o disuade de inversiones provechosas; si las condiciones financieras del país incitan a la inversión de nuevos capitales en todo orden de actividades; y si los caminos aseguran a la mayor producción mercados de consumo.

Sin embargo, no puede olvidarse que el problema de mejorar la agricultura no estriba tan sólo en la mecanización de las labores. Es indispensable la introducción de mejores semillas, de arado más eficiente y una técnica de regadío que no favorezca la erosión de los suelos. Lo mismo cabe decir en cuanto al abono y al estudio de las variedades que mejores resultados pueden rendir en determinada zona.

Se trata, en ello, de un problema fundamentalmente técnico en cuya solución podría caber al Estado decisiva intervención, ya que la agricultura constituye la base de toda economía sana y sólida, y sobre su progreso debe construirse una mejor forma de vida para las grandes mayorías.

La Prensa 20/01/1952

La Prensa 4/08/1952

La manifiesta escasez de tierras de cultivo, ante el crecimiento de la población, plantea imperativamente la realización de programas de irrigaciones y de colonización. Los bajos rendimientos unitarios, en la mayor parte de nuestra realidad agraria, requieren el concurso común de la iniciativa privada y del estímulo estatal, mediante la extensión agrícola así en el plan técnico como en el crediticio.

Se precisan datos estadísticos rigurosos que sólo un censo puede proporcionar. Áreas bajo cultivo o de pastoreo en cada región económica y tierras susceptibles de ser ganadas en breve plazo conforme a la urgencia de la situación; género de la explotación, industrial o alimenticia; rendimientos unitarios por producto y por región; necesidades cuidadosamente especificadas de ayuda técnica o de créditos agrícolas; número de cabezas de ganado, por especies; he aquí, entre muchos otros, los datos que sobre su realidad agropecuaria el país necesita conocer.

La Prensa 4/08/1952

La Prensa 10/4/1953

El Perú es una nación de extenso territorio pero con escasas tierras aprovechables para el cultivo. Dos circunstancias, dos colosales obstáculos naturales, se aúnan para dar origen a este hecho bastante paradójico. Lo accidentado de nuestro territorio y la ausencia de precipitaciones lluviosas en la planicie costanera. Ante esta situación, sólo dos caminos quedan al país para hacer posible el aumento de la producción agrícola, al ritmo que lo hace su población: el duro trabajo de ganar terrenos al desierto, mediante obras de irrigación, y el cultivo intensivo y científico, qué se traduce en el aumento de la calidad y cantidad de las cosechas. Los dos sistemas, antes de excluirse, se complementan y dan como resultado un mayor volumen de mercancía agrícola. Mayor volumen que significa, a su vez, mayor cantidad de moneda extranjera de la que el país puede disponer para la compra en el exterior de los productos que nuestra economía no produce.

No se ha insistido tanto en este aspecto del cultivo técnico, como se ha hecho con el de las irrigaciones, no obstante que éste es tan importante como aquél. La investigación científica permite extraer el máximo de frutos del suelo, aprovechando los adelantos de la técnica moderna. Las mismas extensiones de cultivo sometidas a un sembrío racional, utilizando semillas seleccionadas especiales para la clase de suelos, preparadas para el clima de la región y para resistir las plagas que se presentan, pueden rendir hasta el doble de lo obtenido con otros sistemas.

Por desgracia, nuestra agricultura está sujeta a viejos y caducos sistemas. Lugares hay en donde no se ha experimentado ninguna mejora en los métodos

desde la época incaica, y donde sigue primando el cultivo con los instrumentos usados hace cuatro siglos. En esta forma, aún con la proverbial feracidad de nuestro suelo, la producción tiene por fuerza que ser bastante menor de lo que podría lograrse aplicando métodos modernos, utilizando máquinas que hacen más llevadera y efectiva la labor, empleando las últimas técnicas en la recolección y en la siembra.

La Prensa 10/4/1953

La Prensa 1/04/1952

Ganadería

Contra el posible desarrollo de la ganadería entre nosotros conspiran varios factores. Uno y muy grande, es el que representa la tributación defectuosa y excesiva que la grava y que impide a los ganaderos capitalizar en la proporción requerida para realizar sus posibilidades de desarrollo. Posibilidades que tropiezan, además, con otros factores de estancamiento como son la falta de cercos en la mayoría de las tierras destinadas al pastoreo, y también, la falta de estudios suficientes y experimentaciones en materia de pastos.

No menos de 13 millones de hectáreas hay en el país, cubiertas de pastos naturales, cuyo rendimiento es muy bajo porque esas plantas no reúnen las condiciones necesarias para alimentar un ganado fuerte y rendidor. Pensar de inmediato en el aprovechamiento de esta inmensa extensión resulta utópico, pero es deber nacional planearlo, porque la extensión de tierras destinable a cultivos alimenticios es muy escasa. Pero planear su aprovechamiento técnico, requiere que se libere a la industria ganadera de la excesiva tributación para que pueda llevar a cabo, intensivamente, las experimentaciones, costosas y dilatadas, que son indispensables para adaptar variedades de pastos económicos a las características naturales del país.

La Prensa 1/04/1952

La Prensa 29/01/1956

Existen en el Perú grandes extensiones de tierra aprovechables que permanecen ociosas por falta de un criterio apropiado que permita incorporarlas a la producción. El debido aprovechamiento de ellas podría lograrse creando en cada región estaciones experimentales que pudieran seleccionar las semillas, los abonos y el tipo de ganado que más convenga. En el caso de los pastos, puede mejorárseles apreciablemente con semillas seleccionadas de alto rendimiento, obtenidas por medio de la combinación de las mejores características de varias clases de pasto. Exactamente, en la misma forma, puede procederle para mejorar el ganado, utilizando el cruce con variedades extranjeras como los highlanders escoceses, para la región de la sierra, y el cebú, para las zonas situadas en la vertiente oriental de los Andes.

Los resultados de un plan trazado sobre principios científicos serían aún mejores si se tiene en cuenta la utilidad del empleo de ciertos pastos para la crianza y otros para el engorde. La experiencia ha demostrado que, con la crianza en la zona de la sierra y el engorde en la región de la costa, se obtiene magnífico provecho económico.

La Prensa 29/01/1956

La Prensa 11/06/1956

Pesca

El pescado era una de las pocas formas en que el indígena costeño, carente de ganado, podría probar alimentos de origen animal. La pesca siguió siendo una ocupación activa pero modesta de los habitantes de las caletas durante el coloniaje y la República. Sólo en los últimos años, prácticamente a partir de la Segunda Guerra Mundial, la pesquería empezó a tomar entre nosotros categoría de industria extractiva, de conservación y envase en gran escala. Es preciso, reconocer que si ello ha servido para procurar al país una nueva y muy importante fuente de divisas extranjeras, el consumo interno no se ha visto beneficiado todavía en la misma proporción por la expansión de la industria pesquera.

Sin embargo, todos los índices dietéticos señalan que en la nutrición del peruano hay un alarmante déficit de proteínas. En tanto que el desarrollo de una ganadería nacional de carne -en escala y con rendimientos tales que permitieran poner el producto en cantidades y a precios al alcance de la gran población consumidora- tomaría muchos años de muy ardua labor, la creación de un mercado interno de consumo de pescado, con características semejantes, resultaría de factibilidad más inmediata, aunque, desde luego, habría que resolver difíciles problemas propios de esta industria. El costo del envase -cuya alternativa es la salazón- no es uno de los menores, tratándose del consumo de pescado en la sierra, caso en el que también es preciso añadir el recargo de precio por el flete. Aun en la costa se plantean graves deficiencias en materia de frigoríficos. Ello, aparte de disminuir la cantidad aprovechable para el consumo, representa un serio peligro de acaparamiento del mercado y, por lo tanto, de encarecimiento.

La Prensa 11/06/1956

La Prensa 29/08/1952

Minería y Petróleo

Son sustancialmente análogas las condiciones en que se desenvuelven las actividades de la minería y del petróleo. Ambas -como toda empresa de producción económica, pero en grado especial por su carácter aleatorio- deben funcionar en manos del capital privado. En ambas, las posibilidades altamente reproductivas de la inversión y la capitalización, compensan el acusado fenómeno del riesgo. Ambas, por último, requieren la afluencia de grandes capitales; pero además, permiten, con amplio margen, la presencia y el desarrollo de la mediana y la pequeña empresas que, no sólo pueden y deben conservar su independencia junto a las instalaciones de las grandes compañías, sino que se benefician de esta circunstancia.

Para una actitud de nacionalismo auténtico, ninguna situación puede resultar mejor que aquella que determine la explotación intensiva de los recursos del subsuelo con la participación, tanto de los grandes capitales cuanto de los pequeños o medianos. Más concretamente, en el Perú era indudable la conveniencia de hacer posible la aportación de dinero nacional para desarrollar también una industria peruana y privada de petróleo, facilitando el acceso a esta empresa a personas de todas las clases sociales. Sólo una política liberal es compatible con tales propósitos y eficaz para llevarlos a cabo.

La Prensa 25/4/1955

Sólo a condición de estimular y defender el desarrollo de la empresa peruana como se ha hecho, por ejemplo, sagazmente, en el renglón de petróleo procede contemplar confiadamente la perspectiva de una afluencia, en vasta escala, de capitales extranjeros que vengan a operar por su cuenta y riesgo. De lo contrario, habría que temer la posibilidad de que el Perú se convirtiese en una factoría a cargo de ajenos intereses.

La Prensa 25/4/1955

La Prensa 29/08/1934

Explotación estatal del petróleo

“Como se ha insinuado entre nosotros la idea de que el gobierno explote por su cuenta algunas de las reservas petrolíferas del norte de la República, sin tener en cuenta lo complejo de esas actividades y lo aleatorio de sus resultados, creemos útil referir someramente lo sucedido en la República Argentina con la explotación fiscal de los yacimientos petrolíferos de Comodoro Rivadavia, de la Y.P.F., como habitualmente se le designa.

(El canon de producción). Desgraciadamente produce en la actualidad muy poco al Estado porque el 80% del petróleo producido en el país, lo es dentro de la referida concesión exonerada de ese canon conforme al arbitraje de La Haya o, mejor dicho, al acuerdo entre el Perú y la International Petroleum, que se tomó como fallo por el árbitro.

Si el gobierno del Perú concediese la explotación de sus reservas petrolíferas a empresas privadas en condiciones iguales a las que trabajan fuera de los límites de La Brea y Pariñas, obtendría un beneficio por tonelada de S/. 1.250, es decir, algo semejante a lo que obtiene el gobierno argentino de las explotaciones de Salta y, mucho más de la utilidad que realiza en las explotaciones fiscales de Comodoro Rivadavia, sin exponer capitales ni correr el albur de la falta de éxito en las perforaciones”.

La Prensa 29/08/1934

La Prensa 27/02/1960

Derechos del Mar

En una materia de suyo tan compleja y delicada como la relativa a los Derechos del Mar -que serán objeto de una Conferencia Mundial próximamente- las malas inteligencias pueden conducir a graves tergiversaciones. Oportuno, por motivos, consideramos el comunicado oficial que acaba de publicar la Cancillería Peruana con el objeto de rectificar una información cablegráfica procedente de Naciones Unidas. En tal información, se dice que el Perú formó parte del de naciones que patrocinó, en la Conferencia Mundial de 1958, el establecimiento de un límite de doce millas. Eso no es cierto.

El comunicado de la Cancillería recuerda que, por el contrario, el Perú ni siquiera consideró “como punto de partida para discusión alguna” la proposición del límite de las doce millas. Mal podría haberlo hecho, por lo demás, en razón de haber suscrito, con Chile y Ecuador, en 1952, una Declaración Tripartita en el sentido de la expansión de las aguas territoriales hasta las doscientas millas.

Por otra parte, como se sabe, ya en 1947, durante el régimen de Bustamante, el Perú había proclamado la extensión de su jurisdicción hasta distancias muy superiores a las doce millas.

La posición doctrinaria del Perú, como recuerda el comunicado de la Cancillería, es que cada Estado tiene competencia para fijar su mar territorial hasta límites razonables, atendiendo a factores geográficos, geológicos y biológicos, así como a necesidades económicas de su población y a su integridad y defensa.

La tesis peruana está respaldada, no sólo por la Declaración Tripartita mencionada, sino por los “Principios de México”, suscritos en 1956, los cuales establecen la facultad de los Estados de determinar sus límites marinos en concordancia con las circunstancias de cada caso, biológicas, geológicas, etc.

Cierto es, sin duda, que numerosos países -la mayoría, en verdad- no parecen simpatizar con la tesis de las doscientas millas; pero no lo es menos, que la formula elástica aprobada en México, tiene buenas posibilidades de éxito en la próxima Conferencia Internacional. En todo caso, de la habilidad de nuestros juristas y del espíritu de comprensión de la comunidad internacional, podemos esperar abundante fruto. Claro que de primar el interés político, las grandes potencias podrían frustrar las legítimas expectativas nacionales. Es necesario, por eso, centrar el problema en el campo jurídico y, dentro de él, hacer ver que la justicia reclama una solución que se inspire en los postulados acogidos por el Perú, Chile y Ecuador, los mismos que informan los “Principios de México” y que han sido aceptados por numerosos países.

El Derecho Internacional, desde luego, debe inspirarse en el Bien Común Internacional, del mismo modo que el Derecho Interno consulta el Bien Común Interno. Bastará demostrar, entonces, que la doctrina peruana concuerda con la recta apreciación del concepto y de las exigencias del Bien Común Internacional, para que la comunidad internacional, integrada por las naciones que han de enviar delegados a la próxima Conferencia sobre Derechos del Mar, consagre nuestra posición.

La Prensa 27/02/1960

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